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2 abr 2023

El desarrollo insostenible




El orden de la realidad, las leyes de la naturaleza creada y la fuerza de la verdad, son imposibles de sustituir por el vómito continuo de leyes o de ingenios con los que la Revolución pretende crear un mundo artificial alternativo. A veces el sistema, las leyes, o los inventos técnicos, parecen lograr avances en ese sentido pero en el mejor de los casos sale lo comido por lo servido. Ahora mismo, por ejemplo, los humanos que logran nacer, vivimos de media unos veinte años más que en 1960. O sea, más o menos el mismo tiempo que gastamos en ver teleseries o en trasladarnos al trabajo. 

La historia de la fantasía humana, desde los sabios griegos hasta la moderna ciencia ficción, rebosa de utopías perfectas. Desde que probamos del árbol de la ciencia del bien y del mal nos gusta soñar con ello. Las estrellas de la muerte, las sociedades perfectas, los ecosistemas artificiales al estilo de parque jurásico, los úteros artificiales... todo queda bien en el arranque de las películas o en los primeros capítulos de las novelas futuristas pero todo hace aguas en el mundo real. Y ni siquiera las pelis suelen acabar bien. Al final nada funciona, nada consigue lo que prometió, todo degenera y todo se estropea. Por eso es fácil profetizar que la inteligencia artificial, por ser artificial, nunca llegará a ser inteligente. Que los cambios de sexo, artificiales, nunca modificarán la genética personal. Que la memoria democrática, por mucho dinero que tenga a su servicio no cambiará la historia. 

Cada invento de la ingeniería nació para solucionar un problema -loable intención- ¡y qué pocos son los que no han abierto dos nuevas vías de agua al ser aplicados! Por eso la historia de la ciencia es siempre una huida hacia adelante. Y no digo que no tenga que ser así. Las secuelas y daños colaterales de cualquiera de nuestras bienintencionadas intervenciones son inevitables. Son ley de vida. Lo que es ridículo es ese empeño ingenuo en decir que nosotros podemos, que todo está bajo control, que caminamos inexorablemente hacia un mundo sostenible.

El mundo no es sostenible. El mundo se sostiene o, mejor, es sostenido, por la misericordia de Dios. Llamadle Gran Arquitecto si os va el rollo masónico, reelaborad todas las mitologias si os place, pero jamás podréis ignorar eso que nos trasciende y que está en el alfa y el omega de nuestra miserable historia insostenible.

La noticia de que el universo se expande; la comprobación de los desastres ecológicos a que nos ha llevado la explotación consumista de los recursos; el análisis sobre el derrumbe de las tiranías y los imperios del pasado; la simple reflexión sobre las obras literarias que fantasean sobre un mundo feliz... todo ello tendría que haber rebajado los humos a los creyentes en el progreso sin fin así como a los que sueñan con tecnologías sostenibles. De hecho unos y otros son parte de un mismo optimismo progre y babélico, porque los destructores iconoclastas de antaño son los padres y maestros de los actuales inventores de la nueva sostenibilidad ultradigital tan de moda.

Un mundo sostenible es deseable, claro, y será posible cuando Dios quiera, el del mundo futuro, en un cielo nuevo y una tierra nueva. Mientras tanto inventemos, estudiemos los problemas, ayudémonos y empleemos la inteligencia. Hagamos lo que podamos para no caer, pero con humildad. Siempre con humildad.


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