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27 jul 2019

Al César lo que es del César

El liberalismo y todas las ideologías progres de moda suelen decir que cuando se juntan religión y política caemos en un desastre. Porque entonces es cuando vienen la censura, la persecución al disidente, las dictaduras y todo eso.
Tienen razón en el sentido de que cuando se confunden la religión y la política las leyes humanas se convierten en normas sagradas, mientras que las prácticas religiosas pasan a ser ley obligatoria. Tienen razón, pero resulta que acaban cayendo en aquello mismo que condenan. Eso es lo que ha sucedido en prácticamente todos los imperios de la antiguedad (Egipto, China, Roma…) así como en el ideal islámico. En todos esos sistemas la religión oficial se convierte en un conjunto farisaico de preceptos humanos mientras que los jefes religiosos han sido a la vez los reyes temporales (el faraón, el emperador, el califa…).
Si algo hizo el Evangelio en relación con este problema fue poner orden en el mismo explicando aquello de que “hay que dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Pero eso no quiere decir, como predica el liberalismo, que haya que separar totalmente el ámbito espiritual del temporal. Lo que hay que hacer es distinguirlos, diferenciarlos y entender su relación. El poder temporal es, en cierto modo, anterior al espiritual. El poder espiritual es superior al temporal. La autoridad espiritual, que para los católicos se encarna en la jerarquía de la Iglesia, no puede suplantar la autonomía de lo temporal. Por su parte la política no puede dejar de someterse a las normas morales si no quiere caer en la tiranía. La Cristiandad medieval (prolongada en la Hispanidad y en otros territorios católicos hasta bien entrado el siglo XVIII) se forjó gracias a ese equilibrio entre el Papa y el Emperador, el poder político y la autoridad espiritual. Ese equilibrio es lo que vino a romper la Revolución.
Lo que ha hecho la Revolución moderna en este sentido, ya desde los tiempos de Lutero y de la Paz de Westfalia, no es para nada novedoso. Creyéndose originales no hicieron mas que volver a la época del Faraón. Dicen los liberales y todos los ideólogos modernos que ellos no tienen religión, o al menos que no la necesitan en el campo de la vida pública porque las creencias espirituales pertenecen al estricto ámbito de la conciencia individual. Sin embargo, lo cierto es que no es posible el vacío religioso puro. Por eso todas las ideologías progres acaban adoptando formas religiosas. Todas ellas, nacionalismo, socialismo, feminismo… acaban teniendo sus ritos, liturgia, sacerdotes, textos sagrados, peregrinaciones y romerías, santos, colectas, monjes, pecados y sacramentos.
¿Qué es lo que ha sucedido de hecho cuando se ha querido separar en Occidente la política de la religión verdadera? Pues que la política se ha convertido en una religión; la ley en los mandamientos; la libertad en una diosa; la nación en un espíritu; la lucha de clases en un camino ascético; la esotérica en una mística; los presentadores de televisión en sacerdotes; los mítines en eucaristías; los militantes en consagrados; los reality-shows en autos de fe y las multas en la penitencia. La política sin Dios, la política endiosadora de ídolos, se ha convertido en una falsa y cruel religión pro-muerte que empieza pregonando los derechos humanos y termina decretando los sacrificios humanos.
Las guerras de religión no han terminado. La guerra de los 30 años lleva en realidad 300 arremetiendo contra la armonía que inspiraba a la vieja Cristiandad y ya les quedan pocos frentes que completar. Las religiones ideológicas neopaganas tienen el mundo en sus manos. Pero el Reino de Dios, grande como el imperio de Felipe II o pequeño como el grano de mostaza llevará siempre en su seno la Verdad en todo, también cuando lo que se pretenda sea organizar la vida social y política de los pueblos. Tengamos confianza. Dios es el señor de la Historia. Él sabe más.

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