Este pasado sábado, 14 de junio de 2025, la Junta Carlista de Vizcaya ha organizado un precioso acto en Orduña, en el mismo lugar y 150 años después de la primera consagración pública al Sagrado Corazón de Jesús protagonizada por un rey de España. Aquel rey fue Carlos VII, que presidió la solemne ceremonia acompañado por el clero, el pueblo y su ejército -pueblo en armas-.
Este sábado, tras la renovación de la Consagración, que se hizo en el santuario de la Virgen de La Antigua con la misma fórmula leída por Carlos VII, y después de visitar y atender unas interesantísimas explicaciones sobre la historia del lugar, nos trasladamos a comer a Elorrio.
A los postres estaba programado un homenaje a nuestro querido Carlos Ibáñez Quintana, actual presidente honorario de la Comunión Tradicionalista Carlista y alma del Carlismo vizcaíno durante muchas décadas. Imaginen mi satisfacción por poder estar presidiendo todos estos actos en una tierra tan bella como sufriente, y acompañado de los admirables e incombustibles carlistas. Hacía muchos años que -por desgracia- no se celebraba en Vizcaya un evento carlista de esta categoría.
Yo ya había estado en Orduña muchas veces, con la imaginación, gracias a las anécdotas que siempre cuenta Carlos, pero esta ha sido la primera que estoy físicamente presente. Y no he podido elegir un día mejor.
Respecto a la consagración me gustaría señalar algo que solemos perder de vista o que se desenfoca cuando lo miramos con los ojos de la nostalgia: lo que ahora conmemoramos no es una simple vieja tradición, no es algo cuyo valor resida en su antigüedad. Es verdad que 150 años son muchos, y es verdad que Carlos VII fue el primero. Pero lo que celebramos es que en 1875 Carlos VII y sus carlistas, llenos de vida y de fe, decidieron hacer algo nuevo. Respondieron con prontitud y alegría a una novedad solicitada por el Santo Padre. Decidieron consagrar su oficio de Rey, y su realidad de pueblo alzado en armas contra el mal gobierno, al único y último Soberano.
En cuanto a nuestro querido y admirado Carlos Ibáñez ¿qué podría decir? Ahora que me toca presidir esta Comunión es para mí muy fácil hacerlo teniendo como presidentes honorarios a María Cuervo-Arango y a Carlos Ibáñez. Me basta con seguir adelante, sin mayor esfuerzo. Carlos se merecía este reconocimiento por sus años de lealtad, de constancia, de ejemplo. Es uno de esos hombres de su generación -posiblemente la que entre otras cosas alcanzó los mayores coeficientes intelectuales-: leal y cumplidor, serio y trabajador, puntual y honrado a carta cabal, humilde y práctico. Además Carlos ha sido maestro de Carlismo y si algo nos ha enseñado es el valor que tiene la verdadera política, el servicio político bien entendido. Es una de las personas con una fe más viva de las que he podido conocer y al mismo tiempo, uno de los carlistas más equilibrados, que siempre han sabido comportarse con naturalidad, sin aspavientos, poniendo la política en su sitio. Por todo ello, y aunque él se agarre a la frase del devocionario del requeté "ante Dios nunca serás héroe anónimo", este homenaje ha sido de lo más merecido. Carlos ha recibido la bendición de recibir, a sus 95 años, una vida plena y una familia maravillosa. Se merecía esta comida, esta placa y estos aplausos.
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