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20 feb 2018

¿Un congreso carlista extraordinario en octubre?

El XIIº Congreso nacional de la Comunión Tradicionalista Carlista se celebró en noviembre de 2014. El primero fue en 1986. Hace 31 años. Desde entonces la Comunión ha mantenido una actividad constante lo cual, en medio de una situación política y social cada vez más dramática para España no deja de ser un milagro. A lo largo de tres décadas, en medio de un mundo cambiante y acelerado hemos mantenido este pequeño resto de lo que antaño fuera “el pueblo carlista” haciendo un poco de todo y poniendo el foco en diversos aspectos: doctrina, formación, juventud, periodismo, propaganda, acción electoral, organización…

Hace tres años fijamos en el Cerro de los Angeles un listado de 22 objetivos concretos dirigidos todos ellos a la consolidación de nuestra pequeña organización carlista. Si de lo que se trataba era de “mantener unas brasas” podríamos darnos por satisfechos. Porque eso ya lo estamos haciendo con sus más y sus menos cuando trabajamos -tal como se expresaba en la Ponencia de Organización aprobada- por tener una Comunión “rica”, “organizada”, “sabia”, “elocuente” y “amistosa”. Cuando mantenemos una tesorería saneada y en orden; una mínima estructura bien definida; unas herramientas para garantizar la formación de nuestros jóvenes; unos medios de comunicación propios con los que llegar a nuestro ámbito más próximo; una serie de contactos que nos mantienen bien relacionados con entidades católicas, grupos afines, etc.

Todo esto era un mínimo necesario. Equipaje y entrenamiento adecuados para una “travesía del desierto” inevitable. Pero resulta muy insuficiente si de lo que trata es de servir a España, a la verdadera y decadente España del año 2018.

Miremos una vez más al exterior. ¿Qué sociedad tenemos? ¿qué juventud? ¿qué futuro? La partitocracia se alarma cuando advierte destrucción de empleo. Nosotros lloramos porque lamentamos cosas aún peores: destrucción de familias, destrucción de conciencias, destrucción de nuestras tradiciones.

España pierde su religiosidad a chorros, la Iglesia pierde día a día capacidad de convocatoria e influencia, las familias católicas pierden el derecho a educar libremente a sus hijos, y todos perdemos incluso la libertad de condenar en público el error, la mentira y la manipulación de las ideologías oficiales.

Las autoridades que detentan la soberanía política española actúan como delegados coloniales, sometidas a intereses extranjeros. España se aleja cada día del proyecto histórico y político de la Hispanidad y se convierte en un apéndice anodino de una Unión Europea masónica.

Por el contrario la actitud de los dirigentes de la partitocracia -un monstruo con 17 tentáculos autonómicos- respecto a la vida social, a los municipios, las empresas y las familias resulta cada vez más despótica. Los gobiernos regionales acumulan competencias, regulan, inspeccionan y asfixian la vida social.

El marco constitucional, más degradado si cabe gracias a los partidos separatistas (y a los separadores) sigue manteniendo en su cúspide una caricatura de monarquía que carece de autoridad moral para resistir a la insistente propaganda republicana.

Así es como tenemos a nuestra vieja y querida, cristiana y heroica España.

¿Cómo podríamos nosotros, los carlistas, apenas un puñado de españoles conscientes de la herencia recibida en lo que llamamos la Santa Tradición, servir a la reconstrucción, al rearme, a la revitalización de nuestra Patria?

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En el próximo mes de octubre vamos a celebrar, pues así lo mandan nuestros estatutos, un nuevo Congreso nacional ordinario de la Comunión Tradicionalista. ¿Podríamos limitarnos a organizar un Congreso “ordinario” estando España en una situación tan extraordinaria? Claro que no. Por eso nuestro XIII Congreso no puede ser un trámite rutinario, un fin de semana para renovar la junta y poco más. Tendremos que renovar la junta, eso está claro, pero además, de alguna forma, porque queremos ser útiles en el momento histórico que estamos viviendo, vamos a procurar que el de octubre sea un Congreso Extraordinario.

No será un Congreso de “refundación” puesto que los fundamentos, los del Ideario tal como quedó fijado en los Congresos de la Unidad Carlista de 1986-1987, son la mejor base para cualquier proyecto político netamente carlista. Tampoco nos perderemos en esta ocasión revisando aquellos objetivos organizativos del último XII Congreso. En el momento actual la Comunión no necesita ni mejores principios ni mejores medios. Ni más doctrina, ni más organización. Lo que necesita es que haya más personas, más entrega, más entusiasmo. Por eso el XIII Congreso no será ni “ideológico”, ni “organizativo”. Va a ser, fundamentalmente, “programático”. Y desde la Junta de Gobierno queremos que sirva para implicar, desde ya, al mayor número posible de personas poniéndolas a trabajar para que sea un éxito.

A lo largo de estos próximos meses vamos a incentivar un trabajo de debate y de síntesis, de traducción y de propaganda, que nos ayude a llevar los viejos principios de la Tradición al español medio. Vamos a esforzarnos para hacer más atractivo, más inteligible y más sencillo nuestro mensaje.

El Congreso ya ha iniciado sus trabajos y culminará, Dios mediante, en el mes de octubre con un gran encuentro tradicionalista. Será un Congreso abierto a la participación, con ponencias, con comunicaciones, con enmiendas, con reuniones sectoriales y regionales previas… Ojalá que se comprometan a asistir y participar en el mismo muchos carlistas que por una u otra razón no militan hoy activamente en la Comunión. El Ideario no se toca porque no se puede, y la organización tampoco porque no conviene, pero una vez afirmados esos límites queda espacio para un debate profundo, con libertad plena, sin miedo a la discusión de las propuestas programáticas.

El objetivo que nos hemos propuesto con este Congreso “extraordinario” es el de atraer y esperanzar a los carlistas para explicar nuestro programa a todos los españoles. Estoy convencido de que muchos podrían redescubrir y amar el tesoro de sus propias raíces si lográramos acercárselo, si lográramos encender, en medio del marasmo de las ideologías, la luz que representa la genuina Tradición política española.