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27 jul 2023

¡Santiago y cierra, España!



Pase lo que pase en estos próximos meses, o años, no perdamos ni el ánimo, ni la cabeza. Tanto si se perpetúa Sánchez para seguir su tarea de destrucción, como si se le da por amortizado y es relevado en la misma tarea por Núñez, lo más importante no es quién gobierna sino cómo seremos capaces de resistir al mal. El trigo y la cizaña crecen mezclados, como nos explica el Evangelio, así que olvidemos la cizaña y hagamos cada uno lo que esté en nuestra mano para que crezca más el trigo.

Hay momentos en la historia en los que el crecimiento de las malas hierbas se hace tan evidente que resulta doloroso. La tentación de gastar entonces nuestras fuerzas arrancando la cizaña es poderosa. Desherbar compulsivamente es un desahogo comprensible, pero si el mismo Evangelio advierte de su inutilidad será por algo. Tanto la historia como el Evangelio nos enseñan que la cizaña ha crecido siempre, de distintas clases. Y que lo que no se puede hacer es pensar que porque una vez la arrancaste ya no volverá a crecer. La vida es lucha, principalmente lucha contra uno mismo, contra la pereza y la inercia de creerse buenos y salvados. La historia, y el Evangelio, nos enseñan que cada generación empieza todo de nuevo, que a cada generación, a cada familia y a cada persona se le ofrece la oportunidad de ser trigo, de adherirse a la tradición, de renovarla y hacerla vida.

La tradición es poderosa porque es lo que hace que nos nos durmamos en los laureles. Tradición es transmisión, es entrega, y requiere un esfuerzo perseverante para educar a las nuevas generaciones en el bien. Esfuerzo en la doctrina y esfuerzo especialmente en el ejemplo. Si los jóvenes no ven con sus propios ojos modelos tradicionales no serán capaces de construir en el bien. En este sentido es en el que digo que cada generación empieza de cero.

Ahora mismo España está hecha unos zorros. Por eso es normal que alguien como Sánchez (o como Núñez, el pelele de repuesto que no cambiaría apenas el rumbo) siga en el gobierno. El pueblo español, que a pesar de todo era sinceramente católico en el fondo y en las formas en 1978, fue traicionado y sometido desde entonces a un sistema descristianizador que ha conseguido ampliamente sus objetivos. Resulta muy ingenuo pensar que, tal como están las cosas, pudiera llegar un gobierno decente con unas simples elecciones. Es verdad que hay mucha manipulación, y mucha propaganda, y que la realidad de nuestros pueblos y barrios no es tan cutre como lo que nos pinta la televisión, pero estamos mal, muy mal, y por eso no tendremos un buen gobierno hasta que no haya previamente una reevangelización de nuestra Patria. Hasta que no crezcan todos los núcleos de resistencia que sean necesarios, hasta que no se produzca una catarsis, o tal vez milagros como los de Covadonga, o Clavijo. Llegará un día, si Dios quiere, en que esos núcleos de resistencia se convertirán en núcleos de reconquista. No sería la primera vez. Y en ese momento habrá españoles que invocarán a su santo patrón con una voz que parecerá antigua y que será a la vez el último grito: ¡Santiago y cierra, España!

Deprimente igualitarismo


Los políticos igualitaristas se empeñan en decir que hacen todo lo posible para que los hombres vivan exactamente igual que las mujeres, para que los pobres vivan igual que los ricos, para que los urbanitas vivan igual que los rurales, para que los niños vivan como los adultos, para que los paralíticos vivan igual que los que no lo son, para que los ciegos vivan igual que los videntes, para que los incultos vivan igual que los catedráticos...

Todo esto no es mas que una impostura ideológica. La gracia de la vida, de la realidad de las cosas, está en la diferencia. En la variedad está el gusto. La perspectiva de una vida uniforme lleva directamente a la depresión y el suicidio ¿Qué ilusión de vivir puede encontrar un joven si desde su nacimiento se le engaña con la vana esperanza de una vida subvencionada, siempre corregida por un gran hermano que sin preguntar, de forma automática, ateniéndose a no se sabe qué criterio estandarizado, le dará siempre lo que le falte y le quitará lo que le sobre?

Si uno vive en el desierto el gobierno velará para que nunca pase sed. Si viaja de noche podrá exigir iluminación como si fuera de día. Si le falta una pierna siempre encontrará un político que exija a su prójimo ir más despacio. Acabarán prohibiendo la lectura para no discriminar a los analfabetos.

Por otra parte, en un mundo perfectamente igualitarista ¿qué sentido tendrían la ayuda, el servicio, el perdón, la compasión, la hermandad, el consejo, la confianza o la obediencia? Todo ello quedaría sustituido por una solidaridad plana e inhumana decretada por el poder igualitarista. Poder que, convertido en el único motor social del hormiguero, recaería necesariamente en la única clase que ha de ser distinta al resto: la abeja reina y sus zánganos, los cerdos de Orwell. Todos iguales, pero ellos "más iguales que los demás".

El igualitarismo -ya sea liberal o comunista- es el cáncer de la sociedad porque convierte a cada persona en un átomo intercambiable y sustituible. Disuelve los lazos de la vida humana y nos transforma en una masa amorfa y previsible.

¿Qué ofrecen, por ejemplo, los políticos a los habitantes del campo? Les engañan diciendo que un día tendrán los mismos servicios que en las ciudades. ¿No sería mas justo y más realista, reconocer los pros y los contras de cada cual y cobrar menos impuestos a quien reciba peores servicios?

¿Qué ofrecen a los paralíticos? Retretes adaptados, y rampas. ¿Para que no tengan que molestarse en pedir ayuda? ¿Para que no tengamos que molestarnos los demás en ayudar? Sí, también el gobierno ha de ayudar, pero a menudo la mejor ayuda es la del que propicia la ayuda mutua. Dejen a la gente en paz y céntrense en castigar las injusticias, no las desigualdades, que no es lo mismo. Porque ahí está el quid de la cuestión: la justicia no consiste en dar a todos lo mismo, sino a cada cual lo suyo.