Nunca fue fácil ser un buen jefe o ganarse la devoción de tus subordinados pero lo de ahora se nos ha ido de las manos. Los ciudadanos echan pestes de su alcalde; los empresarios de la CEOE; los curas de sus obispos y los guardias civiles del generalato.
Una especie de anarquismo práctico está ganando terreno día a día por la ineptitud de aquellos que estaban llamados a servir desde el poder pero han preferido ponerse del lado de los cerdos de la granja de Orwell. Ellos, los poderosos, la casta dominante, los burócratas, los millonarios, los pijoprogres, los plutócratas, los paridores de la agenda2030, los corruptos, los que nunca predican con el ejemplo, los que compran a la prensa y a la justicia y a los historiadores, los amos del mundo, los neocapitalistas, los canceladores, los planificadores que lo tienen todo previsto... Ellos. Los mandamases y todo el enjambre lacayuno de lameculos que los jalean... Están corrompiendo todo a su paso, empezando por el principio de autoridad de forma que todo aquel que se les somete deja automáticamente de servir a los suyos para convertirse en vocero de siniestras voluntades superiores.
Esto no tiene buena pinta. Se habla mucho de la polarización que fractura a la sociedad pero hay una brecha creciente entre los de arriba y los de abajo que nos hace oscilar, sin término medio, entre la tiranía y el caos. Porque faltan jefes buenos, líderes serviciales y caudillos respetados. Algo está pasando con los jefes, con las élites, con los directivos que en todas partes se están alejando cada vez más de los suyos, de aquellos que debieran ser sus más leales representados.
Vivimos en democracia, dicen. Nos rodean las organizaciones democráticas. ¿Cómo es posible que sean precisamente los miembros de esos cuerpos que "eligen libremente" a sus jefes aquellos que más se avergüenzan de ellos? ¿Por qué en cambio las instituciones más valoradas, aunque ya no sean lo que fueron, siguen siendo las no democráticas, esas cosas jerárquicas como la familia, el ejercito, la Monarquía, el profesorado, la Iglesia... Yo diría que la misma elección, y más concretamente la forma de llevar a cabo los procesos electorales, es lo que está en el origen de este desvaimiento de la autoridad. Es como si el hecho de haber elegido a tu jefe te distanciara de él más que cuando te viene impuesto. También es verdad que eso que llamamos elección no es verdadera elección. No se elige alcalde como se elige novia. Las elecciones políticas son una farsa basada en el marketing, las influencias y el dinero. Por algo será que los cardenales no hacen campaña electoral y se encierran a cal y canto y queman las papeletas cuando tienen la necesidad de reunirse para manipular un artefacto tan peligroso como es una elección.
En cualquier caso, sea cual sea el sistema de acceso al poder, la gente odia, ignora o desprecia cada vez más a sus superiores. Falta humildad, claramente. En unos para obedecer, y en otros para servir. ¿No será simplemente que estamos olvidando el Evangelio?:
«Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder... No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo... (Mateo 20:25) .
Pero hay más. Eso que Juan Manuel de Prada llama demogresca tampoco ayuda. La autoridad se debilita enormemente cuando ves a políticos, jueces y hasta obispos enredados en banderías autodenominadas conservadoras o progresistas. Cada vez que un superior se encasilla en un bando, en un partido o en una corriente está diciendo a su gente que tiene otras obligaciones, que se debe a otras órdenes y que estas no siempre van a coincidir con la responsabilidad originaria que tenía para con sus representados. Cuando, abusando de la autoridad que le ha sido confiada, entrega sin resistencia a los suyos dejándolos en manos de otro poder superior está evidenciando una burda traición.
Pero hay más. Eso que Juan Manuel de Prada llama demogresca tampoco ayuda. La autoridad se debilita enormemente cuando ves a políticos, jueces y hasta obispos enredados en banderías autodenominadas conservadoras o progresistas. Cada vez que un superior se encasilla en un bando, en un partido o en una corriente está diciendo a su gente que tiene otras obligaciones, que se debe a otras órdenes y que estas no siempre van a coincidir con la responsabilidad originaria que tenía para con sus representados. Cuando, abusando de la autoridad que le ha sido confiada, entrega sin resistencia a los suyos dejándolos en manos de otro poder superior está evidenciando una burda traición.
Algo está pasando con los jefes, que han renunciado a ser cabeza de nada para terminar, como mucho, en cola de león. ¿Tan difícil era para ellos mantener una independencia, una trayectoria digna, por el bien de sus subordinados? En superar esa dificultad estriba el arte del mando. ¿Quiere saber si uno es buen o mal jefe? Mire a ver de quién se protege. Si se guarda de los otros es bueno. Si se guarda de los suyos es malo.
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