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3 sept 2022

Como convertirse en un robot


Hace tiempo que decidí ignorar los requerimientos que suelen hacer las grandes empresas para valorar la atención recibida. Es un engorro, una pérdida de tiempo, alimenta de forma enfermiza los datos y estadísticas y es una opresión añadida para el trabajador. Si el empresario, o el jefe de turno, quiere conocer a sus empleados que hable con ellos y que no nos utilice a los clientes de chivatos. En alguna ocasión puede ser útil hacer una valoración general de una empresa pero pedir la valoración de cada llamada es, como digo, enfermizo. 

Estoy hablando de una más de entre todas las chorradas inclusivas, garantistas y políticamente correctas que les encantan a las grandes empresas o a los gobiernos y que si se extendieran al trato social normal harían la vida insufrible. Imaginen llamar al fontanero y que les diga eso de que "esta conversación puede ser grabada". O ir a la peluquería y que nos pregunten cómo queremos el corte primero en castellano y luego en el idioma regional. O que el frutero te llame para pedir una valoración del ultimo servicio.

Toda esa farfolla acartonada con la que nos hacen perder el tiempo los poderosos es absolutamente prescindible. Vaya desde aquí mi más elegante corte de manga a todos ellos, aprendices de robot. Conmigo que no cuenten. Por cierto, la palabra robot, en el sentido moderno del término, es un invento del escritor checo Karel Capek. "Robota" en su idioma significa esclavo. Y recuerden que el transhumanismo progre consiste en robotizarnos de una u otra forma. Sin necesidad de convertirnos en cyborgs, existen métodos sutiles de deshumanizar nuestras relaciones como hacen cuando nos rodean de locuciones absurdas o nos exigen el rellenado de formularios recurrentes. La misma especialización de las tareas típica de la vida urbanita y exagerada por un sistema obsesivo, la que denunciaba Chaplin en la hilarante cadena de montaje de "Tiempos modernos", es algo que nos acerca peligrosamente a la esclavitud.

Las grandes empresas, los organismos estatales monstruosos, tienden a considerar al empleado como una simple pieza, fácil de formar, fácil de sustituir. Y al cliente como a una estadística, un conjunto de datos con ojos, carne de formulario. Buscaban la excelencia pero han caído en un fariseísmo frío y repelente, robotizado y robotizador en el que no se permiten las humanas imperfecciones que son la chispa de la vida. Nada que ver con la vida familiar o las relaciones humanas propias de las pequeñas empresas en las que se permite a la persona pensar y ser libre. 

Es por eso que Chesterton decía que "Cuando una cosa merece la pena, incluso merece la pena hacerla mal". Y es por eso que lo pequeño es hermoso. Estemos en guardia frente a las automatizaciones, las rutinas y las burocracias. Para seguir siendo libres, para seguir siendo humanos.

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