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22 oct 2025

Todo a la vez


La realidad es una. Todo es uno. Lo que sucede es que para tratar de entender las cosas necesitamos trocearlas, como cuando nos comemos un filete dividiéndolo en varios bocados. La filosofía y todas las ciencias consisten en el arte de trocear la realidad para hacerla inteligible. 

Sucede que cuando nos dedicamos a analizar uno tras otro los pedazos de realidad tendemos a asignarles un orden y establecemos prelaciones como si siempre unas cosas fueran antes que otras. Es cierto que en nuestro marco espacio-temporal las causas van antes que las consecuencias, pero en el ser de las cosas todo es simultáneo. 

La ventaja de trocear las asignaturas es que podemos ir asimilándolas y evaluándolas a un ritmo asequible. El problema es que a fuerza de cortar y dividir nos perdemos la verdad más importante: que la realidad es una. 

De hecho, la principal diferencia que existe entre la cultura tradicional y la moderna, ya sea en filosofía, moral, economía, medicina, educación... es que mientras el pensamiento tradicional entiende al hombre como un todo, una unidad, el revolucionario entiende la realidad como compartimentos estancos que pueden actuar de forma independiente. Por algo será que llamamos diábolos al diablo, al que pone algo en medio, al que divide. Y creo que es por eso mismo que sufrimos tanto y con tanta frecuencia cuando se separan la economía de la moral, la psicología de la filosofía, las especialidades médicas unas de otras, la política de la religión, la arquitectura del arte, o las ciencias de las letras.

En el campo de la moral, por ejemplo, tenemos la mala costumbre de preguntar a Dios sobre cuál es el mandamiento primero o más importante. Así hemos entendido que los mandamientos son diez, que las virtudes teologales son tres, que los dones del Espíritu Santo son siete, las obras de misericordia catorce... Y al leer cada una de estas listas lo leemos como por orden, como si siempre fuera superior lo que va delante. Ir a misa más importante que no matar. La fe antes que el amor. Melchor más jefe que Baltasar. Y mientras tanto perdemos de vista que todo está tan inseparablemente unido que resultan un poco mezquinas estas listas. Son pedagógicas, sí. Ayudan a hacer examen de conciencia, sí. Pero son un poco mezquinas. Por ejemplo: "amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo" implica: 1. amar a todas las cosas; 2. amarse a sí mismo; 3. amar a Dios sobre todas las cosas y 4. amar al prójimo como a uno mismo. Como explicación sirve, claro, pero hasta que no entendamos que hay que hacerlo todo a la vez seguiremos presos  del sectarismo y la ideología.

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