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22 oct 2018

Museos y sentido común

No todo es política. Así que permítanme que les cuente una batallita personal.
El pasado sábado se me ocurrió ir al Museo de Navarra con mis cuatro hijos menores. Las expectativas eran altas pues se trataba de una visita que nos hacía ilusión y que deseábamos realizar desde hacía tiempo. Sin embargo la experiencia fue decepcionante. Me sentí maltratado, avergonzado y salí indignado.
Mis niños y yo éramos los ÚNICOS visitantes. (En una mañana de sábado con las calles del centro de Pamplona atestadas de gente, lo que ya indica que algo no marcha del todo bien). Conté nada menos que ocho empleados entre vigilantes, recepción, etc. Ocho buenos sueldos que pagamos con nuestros impuestos. Entiendo que puede ser frustrante o aburrido trabajar en esas condiciones, pero ello no es excusa para perder el sentido común.
Tampoco esperábamos un trato especial, pero desde el principio eché en falta un poquito de empatía con los niños que, por otra parte, se portaron maravillosamente bien. Me extrañó no ver en ninguno de los vigilantes ni siquiera un destello de ilusión por mostrar los tesoros del Museo. Como si les diera igual cuidar un museo que un campo de remolacha. No existía al alcance de la mano nada que se pudiera romper, arañar o estropear, y sin embargo lo único que oímos fue: “no se toca” y “no te subas”.
El problema surgió cuando una señorita que debía de aburrirse más de la cuenta me llamó la atención por darle un trocito minúsculo de gominola a la pequeña, de 1 año, para que siguiera tranquila en su silleta y que no lloriquease. Las normas dicen que no se puede comer en el museo, cosa que me parece de lo más razonable, pero una cosa es ir comiendo pipas y otra dar un trocito de chuchería a un bebé. (El Museo de Navarra es un museo, no un hospital con enfermos de évola). Le expliqué la situación y traté de continuar la visita. Pero a los pocos minutos me volvió a llamar la atención por lo mismo, como si fuera un robot, y ahí ya es cuando decidí que no quería callarme. Les dije que éramos personas y no máquinas, y que las leyes son para ayudarnos, no para esclavizarnos. Tanto ella como un superior que vino para ver cuál era el problema no se bajaban del burro, y yo tampoco, así que nos fuimos sin concluir el recorrido. Los únicos visitantes en una mañana de sábado.
¿Nos estamos volviendo locos? Estamos rodeados de fariseos, cumplidores ciegos de leyes que nos hacen cada vez menos humanos. No es extraño que un museo así esté vacío. Y no me extrañaría que los puestos de trabajo de esos funcionarios que actúan como robots sin cerebro fueran en breve encargados a máquinas de verdad. Lo siento mucho por los empleados normales y simpáticos que trabajen ahí, tal vez es que tuvimos mala suerte.

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