Aquello no fue una transición sino una transacción. Don Juan Carlos, sin ser rey legítimo -porque no lo era-, tenía de hecho en sus manos el futuro de una España diferente, un tanto adormecida, pero más auténtica que esta España descreída, resabiada y depresiva del siglo XXI. Todos sus discursos grandilocuentes del servicio a España, del amor a la Patria, de la entrega al bien común de los españoles se vinieron abajo a la primera dificultad. Juan Carlos optó por la vía fácil y rápida. "Yo me quito de en medio y allá os las apañéis" -les vino a decir a los nuevos politicastros-. Por eso lo que él ha hecho y lo que hace ahora su hijo no es reinar, porque rey sólo es el que rige. El llamado rey constitucional está ahí, ocupando los cuadros oficiales, tan sólo para dar un aire de respetabilidad al sistema. Ese era el pacto. Para eso es para lo que servía el "rey".
Y por eso ahora no le perdonan sus chanchullos. Porque un trato es un trato, incluso entre mafiosos. El papel de la nueva monarquía hueca era aportar respetabilidad y lo que al final ha hecho Juan Carlos hace que la gente vea que todo esto -todo el sistema- es muy, pero que muy poco respetable.
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