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1 nov 2020

¡Corrige! (Que Alguien Haga Algo nº46)


¡Qué importante es el cómo a la hora de corregir al otro! Incluso para corregirse a uno mismo habría que medir mejor las palabras... Cuánto más a la hora de pisar ese territorio sagrado que es la conciencia del vecino. Hay misericordia en el deber de corregir, por supuesto, y hay ocasiones en las que hay además urgencia, y se precisa energía. Pero también sucede que la intención de corregir queda en agua de borrajas cuando falta prudencia en la administración del correctivo. La receta para una buena corrección todos la sabemos: verdad, oportunidad, amor, proporcionalidad y petición de perdón. Son ingredientes que han de aplicarse en la dosis adecuada excepto el último, que nunca es suficiente por muchas disculpas que se soliciten por parte del corregido. 

En esencia el arte de la corrección está en saber distinguir el error del errado, el hecho condenable de la intención y hasta de la trayectoria del amonestado. Corregir bien es una tarea para cirujanos del alma, para personas humildes que sepan lo que hacen sin que ello les haga ensoberbecerse de su sabiduría. 

Hay tantas cosas corregibles en todo lo que hacemos que el mayor error de los correctores es no tener paciencia suficiente para seleccionar. Lucidez y ojo clínico para elegir en cada momento aquello que ha de ser señalado para su corrección. 

De todas formas hay que arriesgarse. A veces es peor dejar pasar los errores, los desequilibrios, las mentiras o las maldades que entrar a corregir como quien entra a matar. Pienso en la corrección y lo primero que se me ocurre es pedir que se haga en la forma correcta. Pero, al mismo tiempo soy consciente de una cosa: que la peor corrección es aquella que se deja de hacer. Las correcciones mal recibidas del pasado podrían llegar a ser las que con mayor ilusión se transmitieran a la generación siguiente. En caso de duda corrige. Corrige que algo queda.

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