El viernes 7 de febrero presenté mi último libro en Pamplona, y tuve el honor de hacerlo en el aula magna del Seminario Conciliar de San Miguel, acompañado por el director de La Verdad, don Alfredo Urzainqui. Como no sabía muy bien qué decir me animé a escribir un nuevo "babelicismo". El número 101. Es éste:
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PRESENTACIÓN:
Si un libro es como un hijo una presentación es como un bautizo. No entraré en terrenos pantanosos para dilucidar si sería mejor compararla con la circuncisión de los judíos, o con la presentación en el templo. Digamos simplemente que se trata de compartir una alegría. Atrás quedaron el doloroso parto y las molestias de la gestación. Ahora solo queda la satisfacción de que este hijo, con todas sus imperfecciones, ha tomado vida propia. Vida más larga en esta tierra que la breve y trabajosa de su pobre autor mortal. Y esa alegría es la que se quiere compartir.
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PRESENTACIÓN:
Si un libro es como un hijo una presentación es como un bautizo. No entraré en terrenos pantanosos para dilucidar si sería mejor compararla con la circuncisión de los judíos, o con la presentación en el templo. Digamos simplemente que se trata de compartir una alegría. Atrás quedaron el doloroso parto y las molestias de la gestación. Ahora solo queda la satisfacción de que este hijo, con todas sus imperfecciones, ha tomado vida propia. Vida más larga en esta tierra que la breve y trabajosa de su pobre autor mortal. Y esa alegría es la que se quiere compartir.

Las presentaciones son además fundamentales para el alimento de la vida social. Cuando no había internet eran lo que sostenía la cultura de los pueblos. Aun hoy siguen siendo un momento privilegiado para hablar de cosas distintas a las tediosas anécdotas del telediario. Los bautizos, los funerales, las presentaciones... tienen todos estos eventos una parte de acto social que nos mantiene con vida porque en ellos hablamos de la vida y de la muerte, y aprovechamos para recapitular las trayectorias de nuestros coetáneos. Aunque a uno no le apetezca asistir sabe que es su obligación, como quien reconoce que necesita de vez en cuando una transfusión de sangre.
En las presentaciones, conforme se va uno alejando de la fecha de edición, se mezclan entre el público asistente quienes han leído la cosa presentada y quienes aguardan el momento propicio. Momento que todos sabemos que nunca llegará para algunos. Los autores de novela, -perdón, los autores de novelas- tiemblan ante la posibilidad de que la indiscreción de los lectores adelantados descubra el final de la trama a los ingenuos. Los autores de retales y ocurrencias no sufrimos por eso. Sabemos que nadie va a ir por ahí contando cien finales. (No se si se habrán dado cuenta, pero ya estoy terminando el párrafo sin haber dicho esa cosa horrible de "hacer un espoiler". Vaya... ya lo he dicho).
Una buena presentación debe comenzar, en fin, con una acción de gracias. Es lo que se espera de un autor considerado. Que dé gracias a la familia que ha soportado sin asesinar al autor los ratos de ausencia física y mental que conlleva la creación literaria. Gracias al inspirador, al editor, al mecenas, al corrector, al prologuista, al diseñador gráfico, al distribuidor, al librero... funciones que a veces, se reúnen casi todas a la vez, en las mismas espaldas de un autor desconocido. Son tantas las pequeñas facetas y faenas que intervienen en cualquier proceso creativo, aunque sea en la creación de un humilde librito que a veces, lo que más se agradece, de corazón, es no molestar. Y cuando digo esto me viene a la cabeza, no sé por qué, ese típico grito sanferminero que dice: "Dejen trabajar a los dobladores". Decía que una buena presentación debe comenzar con una acción de gracias. Aunque también podría terminar así. Para que esta sea la última palabra que quede flotando en torno al nuevo libro recién nacido: ¡gracias!
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