El pasado domingo tuve la ocasión de participar en Leiza (Navarra) en un encuentro de hermandad carlista que había sido convocado por el concejal de la villa, Silvestre Zubitur. Quiero escribir en estas líneas algunas reflexiones que ya compartí en mi intervención a los postres, así como otras con las que trataré de avanzar algunas ideas sobre estrategia. Espero que vayamos dando forma a las mismas de aquí a la reunión de la Diputación General de la Comunión Tradicionalista que celebraremos en octubre.
La “excusa” del encuentro de Leiza era la reposición temporal del monolito que recuerda a Joaquín Muruzábal, primer requeté muerto en combate en 1936. Pero la jornada sirvió para algo más que para alimentar la nostalgia. Iba a calificar el encuentro de “ecuménico” aunque sé que el profesor Miguel Ayuso, que se sentaba a mi lado en la comida, no me permite utilizar esa palabra. Así que vamos a dejarlo en “encuentro de hermandad”. Sin embargo es de destacar que estuviéramos sentados a la misma mesa, un grupo bien heterogéneo en el que había militantes de la Comunión, así como carlistas adheridos a la Secretaría Política de don Sixto, algunos parlamentarios forales de UPN (Navarra Suma), y tradicionalistas independientes procedentes de distintos lugares de España. El mérito de Silvestre Zubitur y sus amigos consiste ni más ni menos en haber creado un núcleo de resistencia. Un reducto que se ha convertido en punto de referencia útil para personas de concepciones políticas diversas. Y tienen además el coraje de haberlo hecho en un lugar inhóspito para cualquier amante de la Navarra tradicional, la Vasconia tradicional, la España tradicional. Un lugar dominado hoy en día por las ideologías postmodernas entre las que el mismísimo nacionalismo vasco, o hasta el viejo izquierdismo clásico, están siendo superados por las locuras globalistas del feminismo radical, la ideología de género o el animalismo.
La situación extrema de un pueblo como Leiza (82% de votos municipales a Bildu) podría tranquilizar a algunos pensando que en la inmensa mayoría de España “no estamos tan mal”. ¿De verdad?. En mi opinión la situación actual de España se parece a la del 718 (tras la invasión musulmana); a la de 1808 (tras la invasión revolucionaria liberal); o a la de 1936 (tras la “invasión” revolucionaria marxista). La única diferencia es que ahora estamos invadidos o colonizados por todos nuestros enemigos al mismo tiempo. Los núcleos de resistencia, como este de Leiza, o como supongo que fue en su día el de Covadonga, son fuertes porque son un último reducto. Porque han llegado a la roca. Porque han tocado fondo. Y son una esperanza, paradójicamente, porque demuestran que llega un momento en el que físicamente ya no es posible retroceder más. Día a día estamos viendo cómo se constituyen, aquí y allá, cada uno con sus peculiaridades, otros muchos núcleos de resistencia. El reto que tenemos por delante es el de lograr que esos núcleos de resistencia se conviertan en núcleos de reconquista. Pero eso no será posible si nos contentamos con recrearnos en la pureza doctrinal de nuestras pequeñas burbujas. Es preciso que por encima del orgullo de saberse “el resto”, prime un amor inmenso hacia nuestros compatriotas, nuestros vecinos, nuestros hermanos, aunque hayan sido arrastrados por la moda, los respetos humanos y la propaganda fanática de las ideologías. Hemos estado en Leiza, si, pero porque nos han convocado los carlistas leizarras. No hemos ido al estilo de esos partidos que presumen de españoles al mismo tiempo que dan por perdidos a los españoles separatistas. Nosotros sabemos que la reconquista es algo más que pasear una bandera. Nosotros sentimos un gran respeto por cada pueblo. Nosotros no damos a nadie por perdido. Solo así, desde este respeto, será posible, cuando Dios quiera, y donde Dios quiera, que surja una nueva Covadonga. Un punto de inflexión en el que pasemos del retroceso y de la resistencia a la misión y a la reconquista.
El ejemplo histórico de las grandes crisis hispánicas -718, 1808, 1936- nos enseña que, en general, la estrategia de la guerra de guerrillas no nos ha ido tan mal. Es iluso pensar hoy por hoy en grandes ejércitos si no se realiza previamente, un oscuro trabajo a pie de calle, casa por casa, familia por familia. Por algo será -y no por pose feminista- que los carlistas hemos sido más de “partidas” que de “partidos”. Bromas aparte, soy consciente, por cierto, de estar utilizando una terminología bélica y nada más lejos de mi intención que exaltar los ánimos por esa vía. La durísima experiencia de nuestros mayores basta para saber que hay muchas formas de luchar. Y me atrevo a decir que se precisa, a veces, más valentía para hablar con tu vecino que para disparar un cañón. Y hablando de vecinos. Lo que nunca debería hacer una guerrilla inteligente es enzarzarse con los otros guerrilleros en riñas sobre si mi estrategia es mejor que la tuya. Cuando se comparten ideales y objetivos generales es fundamental no perder el tiempo en discusiones estériles. Relean la fábula de los galgos o los podencos y sabrán a qué me refiero. Mediten en el conocido adagio de “In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas” y tendrán, en esencia, un manual para guiar sus relaciones con amigos y adversarios. En la Comunión Tradicionalista Carlista, en cumplimiento de uno de los acuerdos de nuestro último Congreso, estamos trabajando en la elaboración de un plan estratégico. ¿Va a ser el mejor plan estratégico del mundo? ¿Será, una vez definido, el único válido para cualquier partidario de la España tradicional? No. En absoluto. Pero va a ser nuestro plan, y exigiremos disciplina a todo aquel que quiera comprometerse con nosotros para llevarlo a cabo. El tiempo dirá si dicho plan sirve para convertir los núcleos de resistencia en guerrillas y las guerrillas en ejércitos. Otras personas, otros grupos, tendrán otros planes. Y puede que lleguen a acertar más que nosotros. No importa. No vamos a perder el tiempo discutiéndoselo ni vamos a empeñarnos en lograr una unidad teórica, diseñada por decreto. Eso nunca funciona. La unidad está sobrevalorada cuando la experiencia nos demuestra que lo primero es dejar que exista una diversidad armónica. La unidad se produce en la acción, no tiene otro camino.
Precisamente en estos días, a raíz de ciertos artículos en los que el escritor Juan Manuel de Prada pone en cuestión la llamada “opción benedictina” propuesta por Rod Dreher se ha desatado cierta controversia en la que no siempre se guardan las formas. Y en la que unos y otros corren el peligro de perder el tiempo o, peor aún, de perder la oportunidad de atraerse el máximo de voluntades a cualquiera de las opciones que tienen ya algo en marcha. Se agradecen en este panorama voces como la del Responsable del blog “Sosiego acantilado” cuya lectura recomiendo. Hace mucho tiempo que elegí como uno de mis lemas vitales ese de “¡que alguien haga algo!”. Supongo que es un lema más de político que de intelectual. La verdad es que nunca desdeño una buena discusión. Porque creo que es posible discutir sin enfadarse. Pero creo, por encima de eso, que el tiempo que tenemos es una responsabilidad y que no debemos perderlo en riñas. Creo que siempre hay varias soluciones para un mismo problema. Creo que nos quejamos demasiado. Creo que hacemos poco.
Gracias por eso a los que nos dan ejemplo y empezaron ya la reconquista sin pedir permiso a nadie. Gracias en fin, a todos aquellos que ya están haciendo algo.
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