Discurso pronunciado el 16/dic/2018 en la Fiesta de la Juventud Carlista de Pamplona, ante el Monumento a la Inmaculada de esa ciudad.

Estamos aquí para hablar de POLÍTICA. Y sin embargo no voy a hablar de elecciones. Ni de lo mala que es Uxue Barcos, ni de las pequeñas y grandes faenas que un día si, y otro también, provoca la partitocracia. ¿Sabéis qué os digo de las próximas elecciones? Que votéis lo que os de la gana. Porque da lo mismo. Ni Navarra ni España se van a arreglar con unas elecciones. ¡Ojalá fuera todo así de sencillo!
Pero si tenéis ganas de acción no os vayáis todavía. Sabed que hay vida y hay política más allá de las elecciones. ¿Qué clase de política será esa? ¿cómo es la política que propugnan los carlistas?
Nuestra política consiste en la defensa, el rescate y la recuperación de la España Tradicional. De todo aquello que no es revolución liberal porque si algo nos define es que somos ANTILIBERALES. Y todos los demás: el PPSOECIUDEMOS, lo mismo que Vox, ojo, son liberales. Todos ellos han aceptado las premisas políticas del liberalismo.
La historia del Carlismo es la historia de 200 años de lucha contra una Revolución que es la Revolución liberal. Nuestro reino de Navarra tiene 1200 años. Desde los tiempos de Iñigo Arista en el siglo IX hasta 1840 fue un reino cristiano, de hecho y de derecho durante mil años. ¡Mil años, que se dice pronto! ¿Creéis que no había política durante mil años? ¿Que eran idiotas los navarros de esos diez siglos porque no tenían ni constitución, ni partidos políticos, ni campañas electorales? Hace doscientos años llegó a esta tierra la revolución liberal, de la que estamos viviendo sus últimos coletazos. Y ésta es nuestra historia. La historia del Carlismo es la historia de una lucha y de una derrota. Pero nuestra derrota innegable en los hechos no es la derrota de una ideología, sino la de algo que nunca podrá ser vencido porque tiene la experiencia de 1000 años de éxito.
Estamos pisando tierra sagrada. Estamos en el reino cristiano de Navarra. Abrid los ojos y veréis que todo lo que tenemos en Navarra como comunidad humana no es como es porque lo haya construido así la revolución sino porque tenemos detrás mil años de construcción seguidos de doscientos de lucha y de demolición. A mi derecha tengo la parroquia de San Lorenzo, y la capilla de San Fermín, Obispo. A mi espalda está el monumento a la Inmaculada, la advocación mariana que nos lleva a tierras de Flandes en defensa de la Hispanidad. También está ahí el convento de las salesas. Y enfrente tenemos el hotel de “Los Tres Reyes”, reyes cristianos que evocan la gesta de la Reconquista. Es sólo una pequeña muestra, la que tenemos ahora aquí, al alcance de la mano, de aquella civilización contra la que se alzó con sus mentiras el liberalismo.
Porque el principal problema del liberalismo no es que sea pecado, o que sea una herejía. Que lo es. El problema principal es que es mentira. Es que ofrece una libertad que es mentira.
Todos los partidos políticos del sistema están de acuerdo en los mismos principios básicos del liberalismo: el laicismo, el pensar que hay que dejar la fe propia en casa o en la sacristía porque no hace falta para la vida cotidiana; la idea absurda de la soberanía nacional; la idea tramposa de las elecciones y de los partidos que roban a la sociedad todo el protagonismo, y en definitiva, un conjunto de ideas que nos aproximan cada vez más a una tiranía.
Existe una frase que siempre alguien pronuncia en todas nuestras reuniones carlistas. Al menos una vez, y es ésta: TRONOS A LAS PREMISAS, CADALSOS A LAS CONSECUENCIAS. Con ella queremos expresar que es absurdo, y nunca nos cansaremos de decirlo, quejarse de las malas consecuencias de las ideologías revolucionarias cuando se han bendecido premisas falsas como las que contiene la constitución del 78. Por ejemplo. ¡Qué pena nos dan esos católicos liberales que se quejan de datos estadísticos desastrosos (baja natalidad, divorcios, aborto, tristeza, suicidios, insolidaridad…) pero que aún así se declaran fervientes devotos de la Constitución y la democracia.
¡Qué curioso! La revolución empezó gritando libertad y ha terminado imponiendo una dictadura. ¿Acaso no salimos ayer a la calle, aquí, en Pamplona, cientos de familias, para exigir libertad? ¿para luchar contra un gobierno tirano que quiere decirnos a los padres cómo tenemos que educar a nuestros hijos mediante el programa skolae?
¡Salir a la calle para defender la libertad de educación! ¿No es increíble? Nunca se vio algo parecido en los mil años del reino de Navarra. Nuestros abuelos no eran tontos y entendían que las cosas de la política y de la vida social debían hacerse sin mentiras. Con sencillez. Si eres cristiano, lo eres al 100%, y lo eres las 24 horas del día, y no lo disimulas. Por eso construyeron un reino cristiano cuya divisa era una jaculatoria: BENEDICTUS DOMINUS DEUS MEUS.
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Los carlistas, al principio nos enfadábamos mucho. Hay que reconocerlo. Nos parecía tan injusto que se impusiera una tiranía liberal a un pueblo cristiano que nos sublevábamos; declarábamos la guerra al gobierno; buscábamos al rey legítimo y nos echábamos al monte porque no podíamos tolerar ese conjunto de ideologías mentirosas que eran las que iban corroyendo y deshaciendo la vida política y social de la Hispanidad.
Hoy, cuando la Revolución nos ha derrotado físicamente y ha conseguido corromper a amplísimas capas de la sociedad no debemos enfadarnos porque sabemos que lo que se acerca es su fracaso. Aunque no hayamos vencido con nuestras manos la realidad de las cosas juega a nuestro favor. Preparémonos por tanto con paciencia, con calma, para la caída del árbol revolucionario. No sabemos cuánto aguantará en pie pero no va a durar mucho.
Ahora bien, ¿estoy diciendo acaso que permanezcamos inactivos viendo cómo se derrumba todo, cómo corrompen a los jóvenes, cómo se pone en peligro la misma paz social (como demuestran, por ejemplo, las recientes agresiones en Vitoria y en Sangüesa) sólo para que alguien nos diga que teníamos razón? No queremos que nos den la razón. Eso nos da igual.
Lo que queremos es que cuando caiga este sistema haya algo más que pobres individuos heridos, queremos que haya núcleos de resistencia fuertes, sólidos, como aquellos que pudieron, hace 1200 años, ser encabezados por Iñigo Arista y por los monjes de Leyre. Al servicio de este objetivo está empeñada la Comunión Tradicionalista Carlista. Y a trabajar por este objetivo estáis todos invitados.

Decía mi padre que la Revolución siempre sigue este ritmo: dos pasitos p’alante, un pasito p’atrás. Los dos pasitos p’alante los dan los ideólogos revolucionarios cuando nos ofrecen dos burradas: una burrada muy grande y una burrada más pequeña. Entonces, cuando la gente protesta por tantas cosas malas juntas lo que hacen es retirar la burrada más grande y dejan la burrada pequeña. Siempre hacen lo mismo. Y así consiguen a veces que hasta les estemos agradecidos.
Y vamos a decir, sin miedo, que la ideología de género es pura basura intelectual. Nunca se habían esforzado tan poco los intelectuales ideológicos para sostener su tramoya revolucionaria. Las viejas herejías necesitaban siglos para madurar. Los viejos ilustrados pasaron décadas escribiendo su Enciclopedia. Los liberales románticos o puritanos de todo pelaje, los padres de los nacionalismos, los primeros y los segundos socialistas… todos ellos se esforzaron durante años obsesionados por el afán de dotar a sus pataletas reduccionistas de una apariencia de rigor filosófico. Es posible que este fenómeno venga de esa especie de aceleración constante que caracteriza al proceso revolucionario, pero lo cierto es que las últimas ideologías como la de género, o el animalismo, son pura fachada, no se aguantarían ni un día si no contaran con eso que se ha dado en llamar hegemonía cultural y que no es, en definitiva, más que dinero, dinero y dinero. Se sienten tan seguros de sí mismos contando con el apoyo del telediario y de George Soros que no se molestan, como tuvo que hacer Carlos Marx, en escribir legajos infumables para alimentar el prurito intelectual de sus líderes. La ideología de género es el penúltimo peldaño de una degradación constante del pensamiento occidental. Degradación lógica por otra parte pues es un conjunto de locuras que no surgen de la nada sino que se sustentan en las falsas premisas del individualismo liberal, del ateísmo soviético, o de la psicología freudiana.