El viernes 7 de febrero presenté mi último libro en Pamplona, y tuve el honor de hacerlo en el aula magna del Seminario Conciliar de San Miguel, acompañado por el director de La Verdad, don Alfredo Urzainqui. Como no sabía muy bien qué decir me animé a escribir un nuevo "babelicismo". El número 101. Es éste:
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PRESENTACIÓN:
Si un libro es como un hijo una presentación es como un bautizo. No entraré en terrenos pantanosos para dilucidar si sería mejor compararla con la circuncisión de los judíos, o con la presentación en el templo. Digamos simplemente que se trata de compartir una alegría. Atrás quedaron el doloroso parto y las molestias de la gestación. Ahora solo queda la satisfacción de que este hijo, con todas sus imperfecciones, ha tomado vida propia. Vida más larga en esta tierra que la breve y trabajosa de su pobre autor mortal. Y esa alegría es la que se quiere compartir.
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PRESENTACIÓN:
Si un libro es como un hijo una presentación es como un bautizo. No entraré en terrenos pantanosos para dilucidar si sería mejor compararla con la circuncisión de los judíos, o con la presentación en el templo. Digamos simplemente que se trata de compartir una alegría. Atrás quedaron el doloroso parto y las molestias de la gestación. Ahora solo queda la satisfacción de que este hijo, con todas sus imperfecciones, ha tomado vida propia. Vida más larga en esta tierra que la breve y trabajosa de su pobre autor mortal. Y esa alegría es la que se quiere compartir.
Las presentaciones son muy importantes. Siempre he pensado que hay libros para los que su presentación es más importante que su mismo contenido. En parte por aquello de que la primera impresión es la que cuenta. Pero también porque a veces no existe nada más allá de esa primera impresión. Libros, como todo el mundo sabe, los hay de todas clases. Hay libros, como la Biblia, que tienen una presentación todos los días. Es lo que llamamos "liturgia de la Palabra". Los grandes libros admiten una presentación para cada una de sus páginas. Otros, en cambio, sospecho que son libros en blanco, libros que solamente tienen una portada, y una cubierta de diseño. No puedo demostrarlo, pero estoy seguro de que existen libros que nadie ha escrito y que nadie leerá. Pero son libros que tienen su presentación, por supuesto. Porque una buena presentación vale más que mil palabras. Cualquier libro la agradece, aunque no la merezca, y da igual que sea una tesis, que una recopilación de articulitos, que una sarta de chistes. Los libros, como las especies en la cabeza de Darwin, ayudan a la evolución del espíritu humano, constituyen ecosistemas que tienden al equilibrio y que se basan en las relaciones que establecen a lo largo de la cadena trófica los libros gordos, los medianos y los ligeros. Con una salvedad: en el mundo de las letras la cadena funciona al revés que en los océanos. Las grandes ballenas literarias son el alimento de los libros intermedios. Y estos a su vez, constituyen el nutriente del pequeño plancton.
Las presentaciones son además fundamentales para el alimento de la vida social. Cuando no había internet eran lo que sostenía la cultura de los pueblos. Aun hoy siguen siendo un momento privilegiado para hablar de cosas distintas a las tediosas anécdotas del telediario. Los bautizos, los funerales, las presentaciones... tienen todos estos eventos una parte de acto social que nos mantiene con vida porque en ellos hablamos de la vida y de la muerte, y aprovechamos para recapitular las trayectorias de nuestros coetáneos. Aunque a uno no le apetezca asistir sabe que es su obligación, como quien reconoce que necesita de vez en cuando una transfusión de sangre.
En las presentaciones, conforme se va uno alejando de la fecha de edición, se mezclan entre el público asistente quienes han leído la cosa presentada y quienes aguardan el momento propicio. Momento que todos sabemos que nunca llegará para algunos. Los autores de novela, -perdón, los autores de novelas- tiemblan ante la posibilidad de que la indiscreción de los lectores adelantados descubra el final de la trama a los ingenuos. Los autores de retales y ocurrencias no sufrimos por eso. Sabemos que nadie va a ir por ahí contando cien finales. (No se si se habrán dado cuenta, pero ya estoy terminando el párrafo sin haber dicho esa cosa horrible de "hacer un espoiler". Vaya... ya lo he dicho).
Una buena presentación debe comenzar, en fin, con una acción de gracias. Es lo que se espera de un autor considerado. Que dé gracias a la familia que ha soportado sin asesinar al autor los ratos de ausencia física y mental que conlleva la creación literaria. Gracias al inspirador, al editor, al mecenas, al corrector, al prologuista, al diseñador gráfico, al distribuidor, al librero... funciones que a veces, se reúnen casi todas a la vez, en las mismas espaldas de un autor desconocido. Son tantas las pequeñas facetas y faenas que intervienen en cualquier proceso creativo, aunque sea en la creación de un humilde librito que a veces, lo que más se agradece, de corazón, es no molestar. Y cuando digo esto me viene a la cabeza, no sé por qué, ese típico grito sanferminero que dice: "Dejen trabajar a los dobladores". Decía que una buena presentación debe comenzar con una acción de gracias. Aunque también podría terminar así. Para que esta sea la última palabra que quede flotando en torno al nuevo libro recién nacido: ¡gracias!
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