Por qué vamos al Cerro de los Angeles
En la víspera de la festividad de Cristo Rey tuve el honor de dirigir unas breves palabras a los carlistas concentrados en la explanada del Cerro de los Ángeles. Lo que quiero contar a los lectores de Ahora información se parece a lo que dije entonces, megáfono en mano, y a lo que he podido pensar después. Allí, aquella mañana radiante de sábado, en el centro geográfico de la Península, estaban de pie, felices de encontrarse, cientos de personas, hombres, mujeres y niños, familias enteras. Habían venido de toda España para celebrar el Día de la Comunión Tradicionalista Carlista como quien acude a una boda, o a una romería antigua. Para quien no conozca a los carlistas decir que aquello era una reunión política quizás resulte un tanto extraño. Siempre hemos sido más un pueblo que un partido. Por eso aún hoy, en el tercer siglo de su existencia, sigue el carlismo pareciendo más una comunión de familias libres que una asamblea de abogados. A lo largo del día hubo Misa, comida, música, brindis... y boinas rojas y blancas, convivencia y testimonio.
Digo que la ocasión era política porque los carlistas, al celebrar cada noviembre nuestro principal acto anual en el Cerro de los Ángeles, al pie del monumento al Sagrado Corazón de Jesús, demostramos en cierto modo ser más “cerristas” que “angelistas”. No vamos solamente a rezar -que también-. Vamos para asumir el compromiso que nos ha tocado. La pesadísima carga de ser, sin mérito alguno por nuestra parte, los herederos de la auténtica tradición política española. Dentro de esa herencia se incluye, naturalmente, la invocación del “Nada sin Dios” como primer punto de nuestro viejo lema y por tanto -imposible olvidarlo en el Cerro- la obligación de asumir la Consagración de España al Corazón de Cristo. Consagración no de la Iglesia española, sino de España. De la vida social y política, de las familias, pueblos, ciudades, regiones, instituciones y cuerpos sociales diversos que constituyen nuestra Patria. No nos acompleja la desproporción que existe entre nuestras pobres fuerzas y la inmensa tarea de representar a todas las Españas. Igual que los conquistadores de otras épocas, que con apenas un puñado de leales se atrevían a tomar posesión de océanos y continentes para la Monarquía Católica, los carlistas del siglo XXI, asumimos los deberes y derechos que significa esta Consagración e invitamos a todos los españoles de bien a sumarse a la misma.
En el Cerro de los Angeles hay dos monumentos: las ruinas del primero, que fuera levantado por Alfonso de Borbón y el segundo, nuevo, erigido por Francisco Franco. Entre los dos, junto a la cripta de la Basílica nueva, se conserva un pequeña capilla funeraria en la que reposan los restos de varios carlistas, requetés, que murieron defendiendo el Cerro en la persecución revolucionaria de los años 30.
Es bien conocido que ninguno de ambos jefes de Estado y promotores de tan benéfica “obra pública” es santo de nuestra devoción. Y ello sin embargo no impide que consideremos el Cerro tan “nuestro” como si fuera el mismísimo Escorial. No es propio de los carlistas descalificar con etiquetas partidistas las obras buenas que hayan podido realizar en algún momento nuestros adversarios. Por el contrario, la concepción política que nos enseñaron nuestros mayores siempre ha sido, y será, la del servicio al bien común, por encima de cualquier interés de partido o grupo. Esta vocación de servicio es lo que hace de la Comunión un grupo humano esencialmente abierto y transparente. Y es lo que de hecho, al tiempo que nos aleja de cualquier autocomplacencia, nos está haciendo crecer convirtiendo nuestra presencia en el Cerro, año tras año, en un signo de esperanza que florece en medio de la frustración política de nuestro tiempo.
F. Javier Garisoain Otero
Secretario General de la CTC
PUBLICADO EN AHORA INFORMACIÓN. DICIEMBRE 2010