Si supiéramos cuántas cosas buenas han dejado de hacerse por culpa de todas esas veces que hemos dejado de ir a una reunión... Da igual que sea la de vecinos o la de padres o la de cualquier asociación. Cuántas veces pasa que los que deciden qué se hace, o en qué se gasta el dinero del común, son personas que no tienen sino motivos puramente personales para participar en esas decisiones. Y naturalmente que puede ser legítimo participar en el ayuntamiento de tu pueblo cuando te quieren expropiar el huertico. Pero entre lo legítimo y lo cristiano hay un trecho. Siempre se puede hacer más, participar más, dedicar más tiempo a cosas de la res pública por la única razón de que van a servir a los demás. Hay que ser muy generoso para participar por amor al arte o, mejor dicho, por amor a la comunidad, a la gente, a la Patria. Pero hay que serlo y con más motivo cuando se pretende llevar la etiqueta de carlista con coherencia. El sistema liberal presume de democrático pero detesta la participación porque ésta, por naturaleza, no puede limitarse al raquítico esquema de individuo-urna- estado. La verdadera participación se ríe del “un hombre un voto” para poner en nuestra mano cien sufragios. Esas son las armas con que contamos para colarnos por las rendijas del sistema. Y da igual que nos tumben con malas artes hasta 90 de los 100 intentos. Porque lo importante para nosotros, igual que para los buenos deportistas no es ganar, sino participar.
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