Hasta el enfermo más inmovilizado puede pensar. Claro que para ello es preciso un poco de silencio, de sosiego, de tranquilidad... Si viéramos menos la tele y pensáramos un poco más haríamos más cosas y mejor hechas. El atolondramiento del consumismo, los atascos y las colas y la masificación en los lugares de moda, el endiosamiento de los super-ventas y de los super-votos, la “estadistificación” de todo lo que pasa, son cosas que tendrían mucha menos importancia si dedicáramos unos minutos a pensar. Y no se trata de pensar por no hacer, sino de pensar qué es lo que puede hacerse. Al final resulta que detrás de la ceguera estúpida del “¡señor-si-señor!” que vemos en las pelis de “marines” siempre hay alguien que está pensando. No es preciso repensarlo todo. Lo importante es adquirir un criterio, un punto de apoyo que te permita saber qué es lo que opinas tú mismo de cada cosa y qué quieres o no quieres hacer con tu vida. La prueba de que actualmente no se piensa es que cada vez resulta más fácil cambiar de forma de pensar. Rectificar es cosa de sabios, naturalmente, pero cambiar de criterio según quien sea el que manda es cosa de necios. Del cambio oportunista de chaqueta que practicaban los trepadores de antaño hemos llegado al cambio de cerebro como si no fueran las neuronas propias una cosa seria y delicada. ¿Que no tienes tiempo ni para estresarte?... pues piensa. ¿Que no sabes qué hacer?: ¡pues apaga la tele y piensa!
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