Esto sí que es culpa de Putin. Ha sido el ruso quien ha puesto de moda el concepto de desnazificación -que suena a desratización- sobreactuando a cuenta del famoso batallón ucraniano de Azov. El caso es que donde sí que haría falta una buena desnazificación es en Navarra. Aquí llevamos décadas sufriendo la imposición por la violencia de los símbolos y políticas del nacionalismo euskadiano y aunque la que era propiamente organización terrorista dicen que ya se disolvió algunos de sus cipayos más cerriles parece que aún no se han enterado. Los incidentes protagonizados por ellos en los sanfermines de este año en el chupinazo, en la procesión o en los toros contra la peña Mutilzarra así lo atestiguan.
Durante décadas la mayoría de los navarros ha tenido que guardarse opiniones, banderas, canciones y símbolos de toda clase por no molestar a los correveidiles de la mafia etarra. Para tener la fiesta en paz. Porque dos no discuten si uno no quiere. En todo este tiempo los conflictos han sido apagados a menudo por una especie de autorrepresión y en las situaciones más tensas mediante el recurso de encomendar a papá-Estado y a sus policías el establecimiento de un orden mínimo. Ha sido para muchos un ejercicio humillante, que ha dejado en entredicho la proverbial bravura de la gente de esta tierra; que nos ha hecho a todos más desconfiados, más prudenticos, más gallináceos. Que nos ha provocado una especie de síndrome de Estocolmo colectivo que tardará tiempo en desaparecer del todo. Y si en eso nos ha convertido a los ajenos el veneno del terror imagínense qué destrozos habrá hecho en el alma de los que se acostumbraron sin pudor a llamar bien al mal. El terrorismo, esa táctica inmoral que consiste en matar a uno para paralizar a cien mil, ha funcionado. Y lo peor es que ha creado escuela. Muchos de los matones que pululan por España en cada confrontación ideológica, territorial, laboral, sea cual sea, han cursado sus estudios más siniestros en las txoznas, las herriko tabernas o la kale borroka del norte.
Una vez desaparecida la ETA, esa madrastra que mataba a sus desertores, tendríamos de ir volviendo a la normalidad, pero algo pasa que no lo estamos consiguiendo. La universidad del miedo ya no expende títulos, pero los viejos graduados siguen ostentándolos con orgullo. Los nostálgicos de la goma2 continúan soñando con sus mapas imperialistas y su red artificial de organizaciones de barrio, sus peñas, sus sindicatos o sus chiringuitos culturales que siguen siendo aún, en muchos casos, peleles abducidos, rehenes de la inercia mafiosa, correas de transmisión de una ideología cada vez más desquiciada.
En algún momento esto tendrá que acabar y ojalá que sea por las buenas. Porque si tensan la cuerda un poco más podría suceder aquello de que el miedo cambiase de bando. Eso sería otro desastre. Creo que no me equivoco si digo que la mayoría de los navarros, la mayoría de los españoles, no queremos eso, que abogamos por una convivencia respetuosa, nada más y nada menos. Por una sociedad en la que uno pueda discrepar con educación, argumentar con libertad, y vestirse con los colores preferidos sin tener que recibir insultos o botellazos. A mí al menos me encantaría poder hablar tranquilamente con mis compatriotas rojo-separatistas. Estoy convencido de que así, por las buenas, sin politiquerías de esas que parten, podríamos entendernos en muchas cosas.
Estamos hablando de un problema universal y general. El que provocan con descaro, en todo el mundo, aquellos que se dicen demócratas pero que salen en algarada cuando no les gusta lo que dice la mayoría. Su estrategia es clara: victimistas cuando son pocos, matones cuando son bastantes, dictadores cuando pisan moqueta. Por eso creo que Navarra, Pamplona y los sanfermines, podrían ser en los próximos años una piedra de toque para ver hasta qué punto sería posible desmontar esa política-basura. Para ver si sería posible recuperar una normalidad social cuando ha sido aplastada por una cotidianeidad enferma. Podría ser en esta Navarra increíble y contradictoria, la misma que un año se subleva en masa contra el gobierno de Madrid y otro condena el alzamiento; la que se desangró enviando misioneros y que ahora clama por un laicismo radical; la que ha pasado de un claro españolismo al desapego total como quien no quiere la cosa... Podría ser esta Navarra extremada la que nos diga si la convivencia es una utopía, si la realidad acabará por hacerse valer, si la libertad es un sueño.