De un tiempo a esta parte se colocan en las entradas de muchos pueblos y ciudades letreros de color rosa o morado con la leyenda: "Este pueblo no tolera las agresiones sexistas" o alguna similar. No está mal. Pero este mandamiento apenas abarca una parte del sexto de los que exige la Ley Divina.
Antes, cuando la gente no necesitaba ser progre para saber si estaba actuando conforme a los principios morales o no, cada ciudad tenía un crucero a su entrada. Un crucero, un humilladero, un calvario, un cruceiro... Era el recordatorio de que había no medio sino diez mandamientos en los que los vecinos manifestaban su rechazo total y radical a las agresiones lujuriosas así como a todas las demás obras del demonio.
Es muy posible que dentro de poco al cartelito contra la lujuria se añada otro exigiendo el respeto al medio ambiente, o sea, lo que vendría a ser una parte de las exigencias que encierra el cuarto mandamiento judeo-cristiano. Y así, poco a poco, si nos ponemos optimistas, podríamos soñar con que llegará un día, seguramente lejano pero posible, en el que las entradas de las ciudades sean un bosque de preceptos. Más parecidos a un código fariseo que a la sencillez del Evangelio que, en un alarde de síntesis, resumió hace dos mil años todos los mandatos y todo el código penal en una frase: "Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a tí mismo".
No hay comentarios:
Publicar un comentario