No conozco demasiado al personaje. Apenas las cuatro cosas que van llegando en las escuetas biografías de internet, pero a falta de alguna que otra sorpresa el profesor Castillo parece estar cumpliendo con creces los niveles típicos de incoherencia propios de esta clase de políticos. Se llama Pedro y es católico, pero lidera un movimiento marxista; rechaza el imperialismo yanqui pero su mujer y sus hijos (Alondra, Jennifer y Arnold) militan en una secta protestante. Cada cosa que hace es un insulto a sus abuelos. Es como otro pequeño y fraudulento Evo. Lo siento por el Perú.
Incluso el sombrero chotano que lleva con orgullo, imitando el efecto de los jerseis populistas de Morales, no es de origen inca, ni huari, ni del Tahuantinsuyo, ni nada parecido. ¿De dónde se creen que vino? En efecto, lo trajeron los hombres de Castilla. Sus propios antepasados. Esos mismos que él pisotea con su ceguera ideológica. Antepasados peruanos indios y mestizos que, en el momento crítico de la revolución liberal antihispánica del XIX, hicieron del virreinato el último reducto realista.
Como dice María Elvira Roca, los hispanos tienen un problema con su pasado, con sus abuelos, con sus complejos. Sobre esta enfermedad de autoodio es imposible construir políticamente nada que no sea una republica bananera dominada por USA o por China. O sea, más de lo mismo.
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