No tiene sentido enfadarse, romper relaciones o silenciar a los que no piensan lo mismo que nosotros cuando se hace tan complicada la tarea no ya de pensar sino siquiera la de obtener datos fiables sobre los que pensar. No tiene sentido encasillar a la gente para demonizarla por lotes. Menos aún, por supuesto, cuando se hace al dictado de esa otra mano invisible que hasta ahora estigmatizaba a los antivacunas y que ahora se ensaña con los prorrusos... A este paso la moda absurda de la cancelación democrática acabará con todos los progres viviendo en el metaverso y dejándonos el mundo real a los que por alguna razón no encajemos en esa democracia que, como el mundo sabe, consiste en ser intolerante hacia el 49%.
Pero tampoco tiene sentido desde el lado minoritario odiar a los que dicen representar a ese 51% empoderado y abusón. El mundo real contempla una batalla eterna entre el bien y el mal. Pero en el día a día la cosa no suele ir de buenos y malos. El mal nunca viene en grandes bloques sino que trabaja disperso como la cizaña. Crece hasta en las mejores familias. Y en nuestro propio interior.
Ninguno de los diez mandamientos exige tener razón. Por el contrario, obligan a respetar incluso a los que no la tienen. Por tanto, intentemos discutir de todo sin enfadarnos, sin bloquear o cancelar a la gente por etiquetas, sin animalizar o cosificar a los grupos que parecen disentir en todo. El diablo es el que gusta de hacer divisiones tajantes entre "buenos" y "malos" . Dios nos pide que aprendamos a convivir incluso con la cizaña, amando al prójimo, o sea, amando al enemigo.
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