711 y 1808. Son dos fechas inspiradoras para el momento actual. En ambas ocasiones había personajes traidores o peleles como don Opas o Pepe Botella. En ambas ocasiones quedó el pueblo a merced del capricho del invasor. Y en ambas ocasiones la salvación vino por las guerrillas. Porque Dios lo quiso, y porque lo quiso a través de las guerrillas. Así es como se forjó y se salvó la España tradicional. No hubo entonces ni grandes planes, ni proclamas grandilocuentes. Don Pelayo no hizo mas que empuñar la espada allí donde no se podía retroceder más. Era imposible estar más arrinconado y perdido que en Covadonga. Tal vez por eso fue aquella la primera victoria, porque no podía ser otra cosa, o victoria o muerte. Ese estilo guerrillero -y macabeico- de los primeros caudillos asturianos es el mismo que fue replicado en el nacimiento del reino de Pamplona, y en los condados leoneses, en los aragoneses, en los catalanes y en el de Castilla. En la francesada tampoco pudo haber la menor estrategia de conjunto. Descabezada la Monarquía los españoles hicieron de cada ermita su propia Covadonga. Y no nos fue del todo mal. Las guerras de la Reconquista y de la Independencia, largas y crueles, fueron conflictos terribles, con desarrollos desiguales, y dejaron unas cicatrices en la piel de Hispania que son aún las líneas que marcan la identidad de comarcas y regiones.
En los momentos actuales España entera está en vísperas de una nueva insurgencia. No sabemos si será un desesperado caudillo montañés o un humilde alcalde como el de Móstoles quien lance la primera piedra. Lo que si podemos augurar es que la lucha, salvando las sorpresas de la Providencia, no será breve y que la táctica general de la guerrilla, en el sentido más extenso de la palabra que va mucho más allá de lo militar, volverá a marcar nuestro destino.
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