"La revolución abolió los privilegios de la nobleza, y como la humanidad no puede vivir sin privilegios, fué y creó los del capital. Se emancipó de la apacible sumisión a los nobles, para caer bajo el afrentoso garfio de los usureros. ¡Algo dieran ahora los labradores de muchísimas comarcas de España por volver a llevar todas las mañanas al palacio del conde en señal de homenaje la jarra de agua fresca cogida de la fuente cristalina, en vez de llevar a la panera del opulento comprador de bienes nacionales sendos carros de trigo, que en junto con los enormes tributos que exige el Erario, absorben por entero el fruto de sus sudores! La revolución abolió los títulos nobiliarios, o por lo menos los hirió de muerte con la desvinculación, otra grande injusticia; y luego, no hallándose sin ellos, creó otros nuevos títulos a favor de los afortunados: estableció la aristocracia del dinero en sustitución de la aristocracia de las virtudes; apartóse de Dios y adoró al becerro de oro. Y ¡coincidencia cruel y risible! los que más se han burlado de los antiguos pergaminos, han sido luego los más ansiosos buscadores de las cartulinas modernas; y los gobiernos más liberales, han sido los que más han hecho crecer ese barullo de caricaturas de aristócratas".
Antonio de Valbuena, Ripios aristocráticos, sexta edición, V.Suárez, Madrid, 1894.
No hay comentarios:
Publicar un comentario