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3 jun 2022

Errare humanum est


Las compañías de internet tratan de convencernos de que sus algoritmos son buenos para nosotros porque nos facilitan la toma de decisiones. Pero, ¿y si esa facilidad fuera en realidad mala para nosotros, especialmente para los más jóvenes, aquellos que no necesitan la solución de los problemas sino aprender a resolverlos? Por ejemplo: ves unas películas y la máquina te dice: «si te gustó A te gustará B». Tanta amabilidad ¿no debería ser respondida con un «gracias»? Pues no. En el caso de las aplicaciones de mapas de carretera todos lo vemos claro: «el gps nos hace cada vez más tontos». ¡Qué nostalgia sentimos por aquellos taxistas de antaño que habían metido en su cabeza hasta el último callejón de la ciudad!

Resulta que nuestra psicología no está pensada para vivir en un perpetuo jardín de infancia en el que únicamente se nos alimenta de papilla. Resulta que es con el esfuerzo, o cuando nos levantamos después de una caída, como crecemos. Necesitamos vivir aprendiendo de nuestros errores. Errar es humano ¿recuerdan? Los animales no tienen la opción de rechazar su instinto. Nosotros sí. Nosotros necesitamos pasar sed para disfrutar del agua. Necesitamos aburrirnos para tener ideas. Necesitamos meter la pata para madurar.

Vivir entre algodones, en un sistema de «realidad aumentada», de «crédito social» o con paranoias similares en el que una organización perfecta te garantiza un 100% de aciertos es inhumano, anestesiante, esterilizante. Es, en definitiva, un error mayúsculo. Porque nosotros necesitamos cosas imperfectas.

Se me dirá que todo esto viene de antes, claro, que desde que existe el comercio han existido los vendedores de comodidad. Desde la secadora a la ballesta, los inventos siempre tienden a hacer la vida más muelle. Sí, pero es que lo de ahora amenaza con anularnos. Ya no se trata de ahorrarnos el esfuerzo físico, ni siquiera el mental. Se trata de rendir la propia voluntad en manos de un «gran hermano» que lo sabe todo sobre mí, y que poco a poco me fuerza a vivir de una manera que no era la que yo pensaba antes… cuando todavía cometía errores.

Dios, que nos quiere bien, nos pide que seamos perfectos. Nos lo manda y cuenta para ello con nuestro barro y nuestra libertad. En cambio este mundo feliz de los algoritmos infalibles nos engaña haciéndonos creer que ya somos perfectos. ¿Unos perfectos inútiles? Cuando «estamos» conectados, en fin, vivimos con la sensación de ser tratados como si fuéramos diamantes. Y en efecto, así es como nos tratan: como a pedruscos.

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