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29 dic 2017

Obituario de mi padre: Miguel Angel Garisoain Fernández

"Aquí yace un hombre de acción". Pocos reconocerían al protagonista de tal epitafio en la figura débil de Miguel Angel Garisoain, octogenario y enfermo, que vagaba por su Pamplona estos últimos años y que hizo su último viaje el 15 de diciembre, cinco meses después que su esposa. ¿Qué aventuras cargaba este navarro sobre sus espaldas? Su mayor hazaña, como diría Chesterton, fue la de su familia, la de los nueve hijos y diez y ocho nietos de una hermosa esquela. Paterfamilias de vocación, trabajó duro junto a su esposa, la cambadesa María Eugenia Otero Candeira -Marigena-, y lo hizo bien como tantos otros matrimonios ejemplares de nuestra tierra.

Miguel Angel era un político en el sentido más noble de la palabra, tenía el corazón lleno de eso que algunos llaman humanidad y que no es más que amor al prójimo. Por eso -hasta el día que llegó el hermano Alzheimer- nunca se encerró en casa. Allá cada cual con sus talentos y con sus metas. Miguel Angel era un hombre generoso en tiempo y en dineros. Siempre andaba al encuentro de alguien. Siempre supo que la bendición hogareña puede llegar a convertirse, si uno se descuida, en un aburguesamiento anodino. Entre la puerta de su casa y la de su parroquia de San Lorenzo, Miguel Angel desarrolló una vigorosa vocación de laico -muy católica y sin olor a sacristía- abrazando todo tipo de causas, humanas y divinas, sociales y políticas, profesionales y vecinales. Y todo era un mismo bloque, una única estrategia coherente, una serie de círculos concéntricos en los que hacía política como presidente del Colegio de Farmacéuticos; hacía apostolado como militante y dirigente carlista; hacía patria y amigos para siempre en ese foro del siglo XX que eran los bares del viejo Pamplona. 

Hizo de todo en su bendita profesión de boticario: inspección, laboratorio, industria, farmacia... recibiendo por ello la medalla del Consejo nacional farmacéutico en reconocimiento a una trayectoria ejemplar. En lo demás fue poco menos que un "fracasado", un incomprendido, siempre a la contra, siempre enfrentado a la ideología de moda. "Este no es mi pueblo, que me lo han cambiau", decía. Tradicionalista práctico, discípulo y amigo de Alvaro d'Ors o de Federico Wilhelmsen, entre otros, fue testigo muy a su pesar del arrumbamiento de la vieja España cristiana y tradicional... Pero nunca se rindió. Conspirador nato. Siempre andaba maquinando campañas, ciclos de conferencias, publicaciones...  Fundador del Círculo Familiar Vírgen del Camino junto a caballeros de novela como el capitán Etayo, llevaba en su interior el espíritu del Muthiko Alaiak, el de la AET, el de su hermano José muerto en el Tercio del Rey, y no digamos el del Pensamiento Navarro, el del casta pamplonés que lo mismo se entendía con los calós de jarauta, los caseros de la Ulzama, los andaluces o los cuencos de Noain, los carlistas de todas las Españas o los gallegos de su etapa laboral pontevedresa. Prototipo de hombre rocero, cantarín y jovial, curtido en el confesionario farmacéutico, conocía bien las inquietudes de la gente de a pie. Nunca tuvo otra inquietud. No cazaba, no esquiaba, no coleccionaba, no viajaba... Todo su afán era ir de la calle a la prensa y del recorte de periódico, o de la cita apologética, al consejo de amigo. 

La roca de su vida sufrió algunos embates, la dolorosa muerte infantil de su hija Marta, las enfermedades de su esposa, y todas las derrotas en sus batallas sociopolíticas. Intuía los frutos de una vida sin rendición: ¡adelante! ¡aurrerá! ¡sursum corda!... Luchar, siempre luchar. Esos, junto al himno de Oriamendi, fueron sus lemas.Tan sólo la enfermedad de la memoria ha conseguido doblegarle, y purificarle, a la vez que nos ha facilitado a sus hijos una tierna despedida de varios años. Ahora que ha llegado la definitiva ya no rezamos igual que antes. Ya no repetimos a ciegas "Padre nuestro, que estás en el Cielo..." Ahora somos huérfanos en la tierra y tenemos un rostro que imaginar junto a esas palabras.

Javier Garisoain

7 sept 2017

Colaboración poética

La Asociación Navarra de Bibliotecarios va a dedicar un monográfico de su revista TK a los poetas vivos de Navarra. Y a mí, como a todos los que hayan editado algún libro de poesía en este siglo XXI, me han pedido una colaboración poética para acompañar a la antología. Esto es lo que les he enviado. 

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Garisoain, Javier
(Pamplona, 1969)
Hace ya tres lustros que salió de la imprenta mi primer libro, un ramillete de sonetos en los que hice lo posible por enfrascar ese perfume inefable de los sueños juveniles. He escrito otras cosas, pero me siguen gustando los sonetos. Con ellos es más fácil saber cuándo se ha terminado el trabajo. Además un soneto es como una caja de marfil. O como un bolso de marca, que aunque esté vacío nunca se tira. Luego publiqué otro libro, desconocido, del que solamente existe un ejemplar en todo el mundo. Llevo años desparramando en los rincones de "la red" palabras, opiniones y consejas, glosas periodísticas, dardos y anatemas que si no llegan a ser poesía llevan al menos, a veces, cuando me dejan, adjetivos esmerados y comparaciones delicadas. Después he plantado varios árboles y he tenido cuatro hijos. Ya me puedo morir, por tanto. Pero antes de dejar este mundo cruel quisiera ordenar y releer mi pequeña biblioteca de poesía. 
Está formada en su mayor parte, como es habitual en las bibliotecas personales de los libreros de viejo -que esa es mi bendita profesión-, por volúmenes a veces ajados y llenos de cicatrices. Las antologías son los cimientos, selecciones variadas universales, castellanas, del siglo de Oro, de sonetos, amorosas, del romancero, modernas y "de hoy". ¿Cómo podría uno pensar en hacer versos sin haber leído lo que otros leyeron? Sólo imitando se consigue crear algo original. Un día llegan a tus manos los versos de Calderón, Garcilaso, Shakespeare o Quevedo o los clásicos de Pemán o Gabriel y Galán y miras el paisaje desde la cumbre. Luego descubres que hay poetas que vuelan, como Whitman, Machado, Bécquer, Miguel Hernández o Rubén Darío. A partir de ahí te conviertes en un buscador de diamantes, y encuentras versos redondos en la poesía gallega de Cabanillas, en las doinas de Rumanía, en las mismísimas jotas del pueblo, en los desahogos religiosos de Cué, de Martín Descalzo, de San Juan Pablo II; en la desesperación amorosa de Rostand o en ciertos poemas que no te dicen nada si no se leen en francés. La experiencia te va enseñando que no existen los buenos poetas sino las buenas poesías. Y te arriesgas finalmente a leer cualquier cosa, hojas de autores desconocidos, revistas literarias, los libros autoeditados de tus amigos... hasta que un día te descubres leyéndote a tí mismo. 
Debo advertir que detrás de mi perfil de sonetista acartonado se esconde un tipo capaz de descubrir trazas poéticas en los textos más prosaicos, motivos de belleza lírica en los rincones más anodinos. No es poesía todo lo que reluce ni todo lo que rima, y sin embargo cualquier cosa podría ser poética si se acierta con el aderezo; desde las dentelladas de Miguel Hernández en la tierra de su amigo Ramón, hasta esa pobre suma desesperada -sí, los números también son letras- que realiza el mileurista en una esquina del mantel. Todo puede ser poético, todo. Las ideas más absurdas, los errores más censurables, también si se miran entornando los ojos, o a través del humo de un habano. Porque ser poético no supone tener razón sino alma humana.

20 jul 2017

Obituario de mi madre: María Eugenia Otero Candeira

El pasado 8 de julio, entre San Fermín y San Benito, falleció en Pamplona, a los 77 años, mi madre, María Eugenia Otero Candeira, Marigena, una mujer de corazón gallego y alma navarra. Nacida en Cambados (Pontevedra) se convirtió en navarra consorte al contraer matrimonio, en 1964, con el pamplonés y farmacéutico, estudiante en Santiago, Miguel Angel Garisoain Fernández. Cada verano tenía la oportunidad de renovar su dulce acento gallego, cada invierno se reafirmaba en ella un espíritu foral militante que ya quisieran para sí muchos navarros. Muchos vecinos la recordarán paseando a diario para hacer la compra con su carrito por las calles Mayor o San Antón, saludando a toda cara conocida, o santiguándose al salir de casa.

Su esquela no ha pasado inadvertida: nueve hijos, dos de ellos sacerdotes, dos de ellas religiosas contemplativas, dieciocho nietos... Una huella profunda allí donde pudo llegar su ejemplo. Un funeral multitudinario en San Lorenzo, el 10 de julio, en plenos sanfermines... ¿qué mejor ejemplo de “empoderamiento” de una mujer tradicional y cristiana para brindar a la reflexión de los ideólogos de la igualdad feminista? Licenciada en Filosofía y Letras, inteligente, con una cultura amplia y siempre curiosa, profesora de francés en la escuela de Magisterio de Pamplona, en el colegio del Sagrado Corazóny en el de las MM. Dominicas, dejó de trabajar fuera del hogar para poder ofrecer una dedicación plena a la familia. Y para no quitar un trabajo a un padre de familia; así al menos lo vivía ella, ajena a lo políticamente correcto. Fue como tantas otras heroicas esposas, madres y amas de casa españolas de su generación: elegante, sencilla, paciente, cariñosa y discreta. Sensible al arte y la naturaleza. Esposa de vocación. Gran cocinera y anfitriona. Madre prudente y servicial que disfrutaba con todos los planes de los hijos, que sabía escuchar, que dejaba hacer, que antes daba ejemplo que sermones.

Creyente y apóstol con una caridad activa y generosa que vertía en obras buenas como Ayuda a la Iglesia Necesitada, Radio María, los misioneros Combonianos o la Adoración Perpetua, entre otras. Su infancia en el colegio del Sagrado Corazón le marcó a fuego una espiritualidad basada en la confianza en la Divina Providencia y en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. El golpe que supuso la muerte de su segunda hija, Marta, de cáncer con sólo 8 años, puso a prueba su fe y dió inicio a una relación muy especial con su ahijada ecuatoriana, relación con Ecuador que fue creciendo con el tiempo, acompañada de otro “amadrinamiento”, el de algunos sacerdotes extranjeros estudiantes en el Seminario Bidasoa, catequistas en su parroquia de San Lorenzo.

Comprometida social y políticamente, espiritual pero nada espiritualista, activista pro-vida... Acompañó de corazón a su esposo, e hizo que se vivieran en el hogar como propias, tanto las andanzas sociales y profesionales de su marido como sus aventuras políticas como carlista tradicionalista.

Media vida, desde los 42 años, la pasó delicada de salud y de pronto, cuando todas sus atenciones estaban volcadas en el alzheimer de su esposo, un cáncer se la ha llevado en unos pocos meses. ¡Bendito cáncer cuando se vive desde la atalaya de una vida completa!; cuando se pasa en buena compañía; cuando se cuenta con los óptimos cuidados médicos que tenemos y no siempre valoramos los navarros del siglo XXI; cuando la enfermedad ofrece al enfermo la oportunidad de soltar lastre, de despedirse como Dios manda, de preparar el viaje más importante.

Marigena estaba preparada. Tenía las manos llenas de buenas obras y el corazón purificado. Nos ha dejado con mucha paz, agradecidos por haber sido testigos de una vida plena.

Javier Garisoain Otero