No se si es que los algoritmos de internet la han tomado conmigo o si es que la presente moda de propaganda estoica es tan fuerte como parece. No dejan de llegarme en twitter ristras de consejos básicos para machos alfa y recetas para tener una voluntad de hierro.
Todo eso está muy bien. Es lógico que la evidente blandenguería progre esté dando lugar a una ola creciente de neoestoicismo. ¿Será el típico mecanismo pendular de la historia mediante el cual los tiempos de crisis y decadencia acabarían produciendo hombres fuertes?.
Llegados a este punto es inevitable recordar la ingeniosa y un tanto fatalista cita del ex-marine y novelista estadounidense Michael Hopf: "Los tiempos difíciles crean hombres fuertes; los hombres fuertes crean tiempos fáciles; los tiempos fáciles crean hombres débiles; y los hombres débiles crean tiempos difíciles".
Estas palabras dicen la verdad pero no toda la verdad. Más parecen escritas por un budista oriental que por un cristiano. Lo cierto es que en la historia, en el mundo y en la naturaleza existen muchas cosas cíclicas -el huevo, la gallina, el huevo, la gallina...- pero no todo es circular. Hay un principio y hay un final. Hay una esfera y hay una cruz tal como nos lo enseñaba Chesterton. Hay un alfa y un omega.
Ojo por tanto con la amnesia del alma que nos está haciendo olvidar a Aquel que nos trajo la Gracia y el Espíritu y que se encarnó en la historia para romper con los ciclos de la fatalidad pagana. Ojo con el neoestoicismo. No somos hijos de Marco Aurelio o de Séneca sino de Pablo, Agustín y Aquino. Que el mundo de las ideologías haya enloquecido sobre las viejas ideas del Evangelio no nos da derecho a confiar nuestra vida a la oscuridad de los sabios precristianos.
Los cristianos conocemos bien esa tentación voluntarista, porque hemos tenido y tenemos aún aquí la amenaza del pelagianismo. O la del semipelagianismo, con las secuelas traumáticas que vienen asociadas al rigorismo, al conservadurismo, al puritanismo o, en su versión más extrema, al fariseismo.
Cuidado con la exageración de la voluntad, el amor propio y la testosterona. Bien están la reciedumbre, la hombría, y el vivir como adultos, pero no olvidemos que al final no nos salvaremos sin confianza, sin fe, sin caridad, sin abandono y sin infancia espiritual. Porque como bien dice la sabiduría del pueblo cristiano, al final de la jornada el que se salva sabe, y el que no, no sabe nada.
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