¿Por qué, si somos monárquicos, no celebramos la existencia de esa llamada monarquía constitucional? ¿Por qué no nos conformamos con un "rey" que sea un símbolo de unidad y una "familia real" que aporte un poco de glamour a la prensa rosa?
Porque la realidad es que esta falsa monarquía no es que sea poca cosa, es que es un gran engaño. Si algo simboliza es la sumisión de España a un sistema siniestro. Nosotros pensamos que Rey es el que rige. Que ser Rey es algo más que un título.
La familia usurpadora ha cumplido fielmente su papel durante 190 años manteniéndose al servicio de las ideologías de la modernidad, de los partidos corruptos que las sustentan y de la plutocracia masónica que maneja en última instancia los hilos en la sombra. Este simulacro de monarquía ha sancionado todas las aberraciones de la partitocracia sin decir ni mú. Desde el robo y el genocidio cultural de la desamortización, hasta la paulatina descristianización de España. Desde la abolición de todas las antiguas instituciones sociales y regionales, hasta la instauración de la tiranía de los partidos. Desde la venta de España a intereses extranjeros, hasta la asfixia fiscal de las clases medias y populares. Desde la destrucción del matrimonio y la familia, hasta la sanción de la cultura de la muerte, del aborto y la eutanasia.
Siempre, incluso cuando parecían ser víctimas del proceso revolucionario, han permanecido los falsos reyes al servicio de los enemigos de las Españas; han sancionado nuestra decadencia con su firma; han presidido sin inmutarse la degradación de nuestra patria.
El exilio de doña Isabel o el de don Alfonso no tiene mucho que ver con el sufrido por los reyes legítimos. Los "reyes" constitucionales, juguetes rotos de la Revolución, fueron expulsados en momentos de radicalismo, cuando los partidos pensaron que ya no les serían útiles. La Dinastía legitima, en cambio, fue desde el principio cabeza de la verdadera disidencia, faro providencial y ejemplo para los que proponían una enmienda a la totalidad del sistema liberal y no se conformaban con los apaños del malminorismo conservador. Nuestra tradición política fue vencida por la fuerza de las armas, imponiendo por la violencia (pagada con el robo de la desamortización y con ayuda extranjera) un régimen contrario a la inmensa mayoría del pueblo español. Y fue derrotada por la traición de una familia desleal jaleada por conservadores y malminoristas miedosos.
Los reyes legítimos que lucharon por aquella Tradición murieron en el exilio, y dejaron entre nosotros la semilla de una disidencia que no cesará hasta que España vuelva a ser ella misma. La bandera sigue en alto. Por esos somos monárquicos, por eso somos legitimistas, por eso somos carlistas.
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