El gobierno lleva lustros alentando la lucha de sexos, la hipersexualización que cosifica a la mujer y la destrucción de la familia. Derrocha millones en campañas, chiringuitos y políticas aberrantes que predican el orgullo y el empoderamiento en vez del amor y el servicio mutuo; que se ríen de las amas de casa, de las marujas, de las madres de familia, de los hombres caballerosos, de las bodas como Dios manda y de los noviazgos castos.
Han llegado en su caos ideológico a tal punto que ya ni siquiera saben decir qué es una mujer. Alientan además una inmigración desordenada que no facilita precisamente el equilibrio afectivo y familiar de muchos extranjeros pues son vistos como pura mano de obra y no como personas con derecho a formar una familia.
Y resulta que las cifras de víctimas por crímenes y suicidios pasionales, por discusiones y conflictos que no se supieron parar a tiempo no paran de crecer. Pero la culpa, dicen con toda su cara dura las que viven a papo de rey insistiendo en sus recetas que ya se ha visto que no funcionan, es de "los negacionistas". O sea, de todos aquellos que cada vez más cargados de razones criticamos sus planes y denunciamos el fondo desquiciado de su ideología. El tiempo, que año tras año se va llevando a miles de víctimas, juega en su contra. Porque no son los negacionistas, no, es la realidad.