Irene Montero tiene razón. Hay que poner el foco en el consentimiento. Lo que pasa es que la ley del solo-el-sí-es-sí se queda corta. Por eso propongo la Ley del sólo el "sí, quiero" es "sí, quiero".
Propongo un procedimiento que resultará novedoso para muchos: que cuando un hombre y una mujer estén conformes con la idea de mantener una relación íntima lo hagan público en una ceremonia en la que podrían intercambiar la promesa de amarse y respetarse. Esa celebración, que consistiría en un intercambio del mutuo consentimiento y de promesas (votos), podría llamarse voda, o boda.
De esta forma la unión -paritaria- de hombre y mujer, que es lo que habitualmente en las sociedades humanas da lugar al nacimiento de una nueva familia, ofrecería un máximo amparo legal a los contrayentes y a su prole garantizando la existencia de un consentimiento previo, sincero, meditado y solemne.
Por contra, quienes se atrevieran a convivir sin haber tenido previamente una boda sufrirían la incertidumbre que genera la promiscuidad. Y además vivirían habitualmente bajo sospecha porque serían generalmente mal vistos. Como las antiguas concubinas, gigolós, amantes o barraganas, vivirían sin derechos y desamparados, al albur de disputas de alcoba, conflictos de celos, abusos, maltratos y despechos.
La mayoría de los que leéis mis artículos sois muy jóvenes y por eso no sabéis que antes la gente que quería vivir sin sobresaltos ni judicializando su sexualidad se casaba (uno, con una, para toda la vida) y entre eso, la promesa de respeto y confesarse de vez en cuando vivían en paz. Por eso solían tener más hijos que perros.
La pobre ministro quisiera acertar. Por eso digo que tiene razón cuando de alguna forma intuye que no es posible vivir en una sociedad que pisotea el libre consentimiento. Lo que pasa es que Irene se ha criado en una sociedad divorcista e individualista, que ridiculiza las promesas solemnes, que ha crecido sobre las ruinas de la antigua fortaleza matrimonial dinamitada por la generación anterior. Los hippies triunfantes de los 60 así como todos los progres partidarios del llamado "amor libre", habían llegado a la conclusión de que el matrimonio -el consentimiento formal del sólo "sí, quiero" es "sí, quiero"- era una antigualla que impedía la libertad de mariposear, y no se pararon a pensar en que era precisamente ese blindaje solemne de la libertad responsable lo que favorecía el más sagrado y libre consentimiento que pueda imaginarse.
La Revolución funciona siempre así. Primero destruye alguno de los pilares del orden natural, preferentemente aquellos que han sido iluminados por la fe, y luego, cuando se extiende el caos y la barca se hunde, trata de tapar agujeros y de achicar agua con métodos cada vez más complicados y difusos. No, Irene, no. Tus remedios son peores aún que la enfermedad y el hecho de que se rebajen las penas a violadores confesos, con ser cosa grave, no es lo peor. Por eso no me contentaré con pedir que rectifiques una ley chapucera. Tú siempre has oído que estaba permitido divorciarse... "pero al principio no fue así".
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