Los inventos están sobrevalorados. Hemos puesto a Leonardo da Vinci y a Edison por encima de Tomás de Aquino y Gracián y así nos va. Primero se los inventa para demostrar que funcionan. Y luego, si eso, cuando queda un rato libre, se convoca un simposium para reflexionar sobre los pros y los contras de cada ocurrencia. La emoción que genera cada novedad juega con eso, con vértigos, adrenalina y, peor aún, con el típico voluntarismo ciego y orgulloso que no ve mas que retos, apuestas, oportunidades para la diversión y conquistas innecesarias. Primero se inventa, luego ya vendrá la ética para hacer lo que pueda. O, peor aún, que vengan otros inventos -un clavo saca otro clavo- para intentar corregir los daños colaterales del primero.
Otro ejemplo aún más tonto: el ascensor. ¿Se ha molestado alguien en hacer un verdadero estudio en profundidad sobre la evolución, influencia social y consecuencias reales provocadas por este invento?Me dirán que gracias al ascensor hemos ahorrado a nuestras pobres rodillas el esfuerzo de subir 15 pisos. Pero es que sin ascensor no existirían edificios de quince pisos. Por otra parte, ese tipo de inventos que podríamos llamar "cómodos", como el maravilloso ascensor, ¿no son precisamente los que nos han convertido en seres sedentarios y con sobrepeso? Desde el punto de vista psicológico, ¿qué beneficio ha traído el ascensor a nuestras interacciones vecinales? Las conversaciones de ascensor, cuando alguna vez se producen, son penosas. En un ascensor hasta los pensamientos se hacen incómodos. ¿Por qué será? El ascensor ha tenido también una importante incidencia en la conformación del urbanismo y ha roto cualquier equilibrio ciudadano. Ha igualado los precios de todos los pisos independientemente de su altura con lo que ha contribuido a un igualitarismo empobrecedor. Cuando no había ascensores podían compartir una misma escalera desde el industrial del primero hasta el bohemio de la buhardilla pasando por una sucesión de clases diversas. Gentes que día tras día aprendían a convivir y a tolerarse en los rellanos o el patio de vecinos. La novela rusa o la creatividad de los artistas parisinos no habrían existido en un mundo repleto de ascensores. En la era pre-ascensor las clases -y las generaciones- podían vivir entremezcladas, pero al extenderse el invento se potenció la segregación por barrios, por clases y por edades, y así es como tenemos barrios familiares, barrios envejecidos, barrios bajos y altos, etc.
Aquí lo dejo. No pretendo abolir los ascensores, ni el metro, ni la electricidad. Sería una estupidez. Pero me alegraré si les he hecho pensar algo en los pros y los contras. Vuelvo a mi pregunta inicial ¿para qué sirven los inventos? ¿qué tal si pensáramos en las consecuencias antes de aplicarlos? El 90 por ciento de los inventos, a cuál más inútil, consiste en reproducir lo que ya hace de forma razonable la naturaleza. Mucho madre Tierra, mucho amor al ecosistema pero no sabemos vivir sin plastificarlo todo: un perro mecánico; un altavoz que te dispensa de gritar; un vehículo que te impide andar; un motor para sustituir a una sencilla manivela; una flor de plástico; un sol artificial; una probeta en vez del abrazo conyugal; un útero de silicona...
Vivan los inventos bien pensados. Que viva la inventiva y que muera la aberración antinatura. Lean la historia de Frankenstein. Estamos endiosando la tecnología y los inventos como si todas las ocurrencias fueran inevitables. Olvidando que la razón y la ética están para algo. Y que no estamos aquí para hacer todo lo posible sino todo lo correcto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario