El término apartheid (separación en afrikaans) ocupa en la cosmovisión progre uno de los círculos de su particular diccionario infernal junto con las palabras dictadura, segregación, fascismo y otras parecidas. Aquella legislación racista de raíces protestantes estuvo vigente en Sudáfrica hasta 1992 y todo parecía indicar que nada, nunca, podría volver a justificar su rehabilitación. Sin embargo, ha tenido que llegar la menos letal de las grandes pandemias de la historia para que los políticos del sistema globalista hayan empezado a pensar en dividir de nuevo a la gente en ciudadanos de primera y de segunda. Los primeros son aquellos que cumplen todas las normas y se inoculan sin rechistar aquello que prescribe el gobierno. Los segundos, los parias, los nuevos apestados, leprosos asintomáticos, son aquellos que -por la razón que sea- no disponen del pasaporte covid. Son los nuevos simpapeles y no podrán ir al circo.
¿Se acuerdan de cuando se crucificaba a un empresario si se le ocurría despedir a un empleado con SIDA? ¿De cómo se podía llegar a estigmatizar a un propietario por negar el alquiler a una persona seropositiva? Pues bien, ya se dan casos (acaban de hacerlo con empleados de la televisiva CNN) de despidos a personas por carecer de la documentación sanitaria que identifica a los "buenos ciudadanos". Y no solo se trata de empresas particulares. El nuevo apartheid está obteniendo el visto bueno de los tribunales y ahora son los propios gobiernos los que empiezan a cerrar el acceso a los espacios públicos a aquellos parias que no lleven la marca adecuada en la frente.
Malos tiempos para la libertad, para la igualdad y para la fraternidad. Muy malos cuando las ideologías que eclosionaron en 1789 se sienten tan fuertes que ya no necesitan disimular sus malas intenciones con bellas y vacías palabras.
Lo bueno por breve, dos veces bueno
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