La democracia, su democracia, ha muerto. Y eso solo puede significar una cosa: que ya no la necesitan.
Las elecciones siempre fueron mentira desde el momento en que para ganarlas había que pertenecer al partido con mayor presupuesto. Había que tener de tu parte a la televisión. Había que disponer del candidato más fotogénico. Donald Trump nos hizo soñar porque descubrió una grieta en el sistema. Descubrió que la gente normal ya no se fiaba de los grandes medios de comunicación y supo sintonizar con esa desconfianza para llevar la contraria a las ideologías modernas en sus planteamientos más perversos. Pero el sistema es poderoso. Ha tardado cuatro años en sellar la fuga y lo ha hecho, como siempre que lo ha necesitado, de forma expeditiva e inmisericorde.
Con dos muertos dejaron al Carlismo fuera de combate en 1976, cuando era todavía una fuerza popular sin domesticar. ¿Se acuerdan? Hoy, salvando las distancias, pueden dar al trumpismo por amortizado. Sí, el trumpismo es algo más -y seguramente algo mejor- que Trump. Pero costará mucho volver a aglutinar una fuerza semejante, que sea capaz de poner en jaque a los partidos, al sistema, a los globalizadores y al deep state. No sabemos si Trump era el katejon o un katejoncito, lo que está claro es que este golpe lo vamos a sentir en todas partes, también en esta triste colonia yanqui llamada Estado Español.
¿Que cómo lo han conseguido? No olviden que los Estados Unidos es el país del cine, de la CIA y de las maniobras de falsa bandera. Tienen expertos en producir un tipo de literatura oficial que solo se puede desmontar décadas después, cuando ya solo interesa a los historiadores. No compren el relato cínico de los cínicos. Resistan y cultiven siempre el espíritu crítico. Piensen mal -de los inmorales- y acertarán.
Y piensen, como les decía, que el mantra democrático podría estar llegando a su fin. En todo el mundo, aquí y allá, son imparables los rumores de amaños cada vez más descarados, crece la desconfianza hacia los sistemas de recuento. La respuesta nerviosa del sistema a estas acusaciones tan sólo está consiguiendo un efecto: aumentar la desafección de la gente hacia ese que denominaron "el menos malo de los sistemas". El número de los antidemócratas crece día a día porque ahora ya, todo el mundo que se para dos minutos a pensar se da cuenta de que los políticos democráticos representan sin disimulos los intereses de las corrientes dominantes, de los poderosos, y no las creencias de la gente. El problema es que hay que detenerse dos minutos a pensar. En Argentina, por ejemplo, todas las encuestas daban una oposición mayoritaria al aborto. Sin embargo la mayoría de los senadores ha decidido representar en este asunto a otras personas que no son sus votantes. En los Estados Unidos será presidente Biden, pero nadie, ni siquiera después del teatro sangriento representado en el capitolio, logrará hacer creer a medio mundo que Biden ha jugado limpio.
La democracia lo ha aguantado todo hasta ahora, pero todo tiene su límite. No se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.
Sumen a todo esto el que los políticos partidistas no pierdan ocasión de hacer el ridículo y de desprestigiar cada vez más el sistema por el que prometieron dar la vida. De la corrupción y las incoherencias de "la casta" hablaremos otro día. Lo que ha sucedido con la designación del candidato del Partido Socialista para las próximas elecciones catalanas es de libro. A los protagonistas de este entremés no les importa lo más mínimo, porque saben que sus marrullerías son siempre sepultadas por el telediario de mañana. Traten de recordar porque esto es de hace cuatro días: una mañana el ministro Illa declaraba rotundamente que el candidato iba a ser Iceta. Al día siguiente el partido comunicaba que el candidato iba a ser el ministro Illa. ¿Han salido los protagonistas para dar alguna explicación razonable? No. Esperen sentados porque eso no va a suceder. Y así funciona todo. Nos toman por idiotas. O lo que es peor, por esclavos.
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