Todo ello son sombras que se superponen a las tinieblas, oscuridades que no ayudan. La verdad es una, no me cabe duda. Y algún día todo se acabará sabiendo: el origen del brote, los ocultamientos y las chapuzas, los intereses inconfesables y las incompetencias... Pero a mí ahora no me interesa lo más mínimo ver esa película, ni saber si lo que nos amenaza son galgos o podencos.
Ahora es el momento de la auténtica unidad. La de los hombres de buena voluntad, la de quienes renuncian a las banderías y a las jugadas partidistas para salir de esta pandemia de la mejor manera posible.
Porque lo que tenemos ahora en juego no es el colchón de Pedro Sánchez, ni una convocatoria de premios al mejor gestor de la crisis. Ni siquiera es lo más importante saber si la hegemonía mundial acabará siendo deTrump o de Xi Jimping.
Lo que nos jugamos con el coronavirus es la vida de miles de abuelos, bibliotecas andantes, un eslabón de nuestra misma identidad. Pero también la vida misma del tejido social. Ese ecosistema de los cuerpos sociales naturales que lleva dos siglos bombardeado por las ideologías liberales y que ahora está a merced de un estado orwelliano. Queríamos individualismo y ya tenemos prohibido el abrazo. Queríamos eutanasia y ya tenemos la muerte más indigna. Queríamos un mundo sin Dios y lo hemos conseguido. Queríamos seguridad y al fin hemos logrado que la delincuencia se reduzca a mínimos históricos. ¿Era esto lo que queríamos? ¿No? ¿Cómo haremos entonces para salir de aquí con el menor daño posible?
Mi respuesta es clara: unidos y rezando. Sin quejas y sin caceroladas. Entiendo el cabreo de muchos con los partidos del gobierno, que ni siquiera en una crisis como esta han sido capaces de soltar el lastre de sus ideologías; entiendo el hartazgo que producen los monólogos cínicos y caraduras de Pedro Sánchez. Pero es que Sánchez ya era así antes del COVID-19. El personaje es ya conocido. No necesitaba una gran crisis sanitaria para descubrir su cinismo y sociopatía. El problema es que detrás de Sánchez y de Iglesias hay muchos compatriotas abducidos y el rencor crece con cada cacerolada. Por eso, si de verdad queremos cambiar la tendencia guerracivilista que nos amenaza debemos actuar de una forma distinta. Esta crisis era una ocasión de oro para unirnos todos los españoles como nunca. Sería muy irresponsable dejar pasar este momento. Sería criminal.
Por eso termino animando a que sepamos al menos aprovechar esta crisis para crecer. Y para prepararnos bien para lo que vendrá después.
No entremos en partidismos suicidas, manías conspiracionistas ni quejas inútiles. Busquemos la unidad y construyamos lo que otros destruyen. Todo esto parece nuevo... pero no lo es: la lucha es la de siempre.
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Apostilla sobre las caceroladas:
Si las caceroladas fueran solo contra los políticos estupendo. Pero son de una parte de los españoles contra otra parte. Ahora no podemos alentar eso. No debemos ser como ellos.
No pretendo imponer mi opinión pero tengo la convicción de que el papel del Carlismo no puede ser en este momento el de sumarse a la queja ni alimentar el cabreo. Para eso ya están otros.
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