Leer es acompañar con la misma atención a los vivos que a los muertos. Escuchar lo que escuchan otros y lo que posiblemente escucharon ya otros muchos, hace mucho tiempo. Hay libros que son nuevos en tus manos porque ya no queda vivo ninguno de sus lectores. Dicen que está todo escrito. Es posible, pero nunca estará todo leído. Siempre encontrarás amigos en el papel -o en las pantallas- para ayudarte a profundizar en cualquier asunto. En los libros, sabiendo buscar, encontrarás ideas luminosas, escondidas a menudo entre la hojarasca, por eso la emoción de abrir un libro es similar a la del pescador de perlas, o a la del buscador de pepitas de oro. Reza para que la Providencia guíe tus lecturas. Pide consejo a quien sepa sobre obras y autores. Y piensa que los buenos libros, como los racimos de uva, te guiarán a nuevas buenas páginas si les dejas.
Lee para formarte, pero también para informarte, para hablar con propiedad, para ordenar tus ideas en el trabajo cotidiano y ayudar a otros a ordenarlas. Lee para aprender a escribir. Lee tus propios escritos, tomando algo de distancia, repasando tus notas de hace años para conocerte mejor. Lee cuando puedas y no te importe tanto el continente como el contenido. Hay mensajes de guasap que valen más que una enciclopedia. Porque en el mundo de las letras no manda el peso sino el seso. Comprueba siempre la autoría de lo que leas, no porque los malos sean incapaces de escribir cosas razonables, sino sencillamente por ahorrar la cosa más valiosa para un lector que es el tiempo. Se más exigente en la lectura que en la conversación personal. Al prójimo hay que atenderlo siempre con caridad, aunque te cuente simplezas. En cambio con la letra no tengas compasión. Si algo no te aprovecha deja de leer sin remordimiento. Porque leer, aunque pueda parecer un fin, solo es un medio, como el alimento. No vivimos para comer. Y leemos para vivir.
Javier Garisoain
No hay comentarios:
Publicar un comentario