(Ponencia presentada en los Cursos de Verano del Foro Alfonso Carlos. Sevilla, septiembre de 2016)
https://youtu.be/N2638OT7Q7I
Lo primero que hay que decir en relación con el estado y la familia es que el estado no tiene por qué atacar a la familia. No todos los estados han atacado siempre a la familia. Es más, el origen del Estado tiene mucho que ver con la defensa, la protección y el cuidado de la familia. La teoría roussoniana del buen salvaje es una elucubración absolutamente teórica e irreal. Sin embargo no lo es tanto pensar que antes de la constitución de los estados, antes de ese famoso “contrato social” imaginario, no había individuos aislados sino familias. Fueron las familias las que construyeron las primeras aldeas y ciudades. El trabajo de los arqueólogos consiste en buscar viviendas; habitaciones familiares. Incluso en los enterramientos, allí donde aparecen con más protagonismo los restos individuales son frecuentes los enterramientos colectivos.
En el origen de todas las civilizaciones las familias eran siempre más fuertes que el Estado. Su patrimonio pasaba de padres a hijos con una regularidad que nunca tuvieron las administraciones públicas nacientes. La fuerza de los primeros reyes no residía en un cuerpo de funcionarios sino en su propia familia. Fuerza que se vió incrementada con la institución de la monarquía hereditaria. Las gentes elegían a una familia para que gobernase a todas las demás. Un rey no era nadie sin familia real, sin clan. Una tribu, un linaje, garantizaban mucho mejor el cumplimiento estable de una serie de funciones al servicio de todo un pueblo, que un único individuo. La misma Biblia nos presenta al pueblo israelita repartido en doce tribus, doce linajes, doce familias de familias. Los levitas garantizaban el servicio en el Templo. De la tribu de Judá, del linaje de David, esperaban los judíos al Mesías.
Hoy, el Estado se ha convertido en una especie de familia artificial que protege a los nuevos tiranos de guante blanco y que se va regenerando por adopción. Esto es en realidad lo que se viene llamando “la casta”. Los administradores del Estado abandonan a su familia -o la incorporan directamente a la sombra del poder- esforzándose por dar continuidad al artificio. Y así es como el Estado ha pasado de ser un instrumento controlado por las familias a una gran macrofamilia sintética que trata de controlar a las familias de verdad.
El poder del Estado moderno tolera mal la existencia de esa realidad estable, tranquila, que como un mar de fondo sostiene todo el sistema y amortigua todas las crisis del mismo. El Estado moderno quisiera la desaparación de la familia. Y si no lo quiere realmente la verdad es que lo parece. Porque todas sus acciones van encaminadas al mismo fin: la disolución de los vínculos familiares, el debilitamiento del patrimonio, de la herencia, del linaje. El estado procura que los hombres y especialmente las mujeres no vivan allí donde trabajan, nada mejor para debilitar física y mentalmente a un posible resistente que obligarle a un viaje largo al inicio y al final de la jornada. Si todos viviéramos en nuestro mismo lugar de trabajo, o cerca del mismo, seríamos mucho más difíciles de dominar. El estado procura además que los niños y los jóvenes estén el mayor número posible de horas fuera del hogar: colegios, guarderías, ludotecas, extraescolares, centros juveniles. Lo mismo cabe decir de los ancianos: centros de día, residencias, pisos tutelados...
Todas estas instituciones son presentadas como herramientas para apoyar a la familia, como ayudas a la economía familiar, pero en realidad lo que principalmente consiguen es debilitar los vínculos familiares, desarraigar a las personas de su entorno.
Las leyes divorcistas en primer lugar y todas las que han ido desvirtuando el matrimonio natural, -leyes cuya derogación es vista por la mayoría de los católicos como una causa perdida-, no son sólo una consecuencia de los problemas que tienen las familias actuales sino que son el origen de que se haya devaluado el mismo concepto de matrimonio. Una legislación que prohibe de hecho el matrimonio para toda la vida, que establece clausulas más duras para rescindir un contrato de alquiler, o para liberarse del contrato de permanencia del teléfono, que para romper una promesa sagrada es un ataque directo a la familia. Un ataque previo y de consecuencias devastadoras para el conjunto de la sociedad. Y sin embargo, con cada boda se abre un nuevo frente de lucha. Y el estado anti-familia lo sabe. Si cada nuevo matrimonio tuviera claro que al fundar una familia nace un nuevo protagonista político y social...
El problema de fondo que sufren las familias, en tanto que familias, no es tan solo la actual ideología de género que parece que lo contamina todo; ni siquiera el aborto, ni el materialismo, ni el alcohol o la droga, ni la pornografía o la inmoralidad en general. El problema no es sociológico sino político. Y como todo lo político, con raíces prepolíticas teológicas (como enseñaba Donoso). Existe una fuerza, coherente en su maldad, que elabora su discurso y promueve unas políticas determinadas de forma consciente y planificada. Esa fuerza, o esas fuerzas, buscan la destrucción o, cuando menos, el debilitamiento de la familia.
Muchos católicos y grupos que podríamos llamar “familiaristas” han intentando ofrecer consejos para la autodefensa del núcleo familiar desde un punto de vista espiritual, religioso, prescindiendo del factor político. Como si la política fuera una energía natural, como los terremotos, o los tsunamis, inevitable e imprevisible. Aconsejan, por ejemplo, dar prioridad a la familia antes que al trabajo, educar en el ser antes que en el tener, promover la espiritualidad para luchar contra el materialismo, estar abiertos a la vida, asumir los padres la educación de los hijos con responsabilidad. Estoy absolutamente a favor de todos y cada uno de estos consejos porque es cierto que constituyen una base que hará posible la resistencia más tenaz. Pero es imprescindible completar la lista con algunas orientaciones de carácter político. Es que si no, si llevamos a su extremo ese familiarismo cerrado que reniega de la política podríamos llegar a la conclusión de que quienes más hacen por la familia no somos nosotros ahora sino precisamente quienes no han venido a este foro ni participan nunca en foros similares.
Dicen que la mejor defensa es un buen ataque. No se trata -al menos por el momento- de convertir cada familia en una partida guerrillera rebelde pero sí de entender que la familia, cada una de nuestras familias, es un agente político.
Ser un agente quiere decir que uno no se limita a la queja, la manifestación o la recogida de firmas. Sería imposible agotar en este artículo una lista de consejos prácticos que respondan al “cómo defender a la familia de los ataques del estado moderno”. Ahí van algunas sugerencias que necesariamente han de ser mejoradas y ampliadas:
1. Conoce la historia de tu familia, de tu apellido, inculca en tus hijos amor y admiración por los antepasados. Visita los cementerios, guarda y cuida el álbum de fotos familiar.
2. Arráigate, (como la Sagrada Familia en Nazaret) haz que en la medida de lo posible la residencia de tu familia no sea un lugar de paso. Empadrónate.
3. Asóciate con otras familias, familias numerosas, asociaciones de padres de alumnos, asociaciones de vecinos, grupos o movimientos religiosos...
4. Conoce y ama a la familia de tu cónyuge. Interesate por la familia de tus amigos y tus compañeros de trabajo. Acostumbra a tus hijos a que vean, detrás de cada uno de tus amigos y conocidos a una familia.
5. Agranda tu familia, mantén el contacto con primos, parientes de toda clase. Y procura que ese contacto no se limite a las fiestas familiares sino que integre actividades profesionales, económicas, de acción social, de ayuda mutua.
6. Da prioridad a las celebraciones y reuniones familiares.
7. Resiste económicamente hasta el límite, evita las subvenciones (evita principalmente el control y la pérdida de libertad que casi siempre va asociada al concepto de subvención), calcula siempre las opciones legítimas que sean más beneficiosas para el patrimonio familiar.
8. Si es posible establece una empresa familiar, e implica en su desarrollo a todos los miembros de la familia.
9. Si trabajas por cuenta ajena procura que tus jefes, tu empresa, conozcan a tu familia. Que no te vean ni te puedan tratar como a un individuo aislado.
10. Olvídate del voto personal y secreto. Especialmente en las elecciones municipales, procura que los votos familiares vayan siempre unidos en pro de la propuesta que sea más favorable a los intereses familiares.
11. Procura inculcar en tu familia la conciencia de vecindad. Participa activamente en la comunidad de vecinos, en las actividades vecinales y en las elecciones municipales a través de candidaturas independientes.
12. Mantén y promueve los propios códigos internos de la familia. Las costumbres, los ritos, las “manías”. Cuanto más abundante sea el vocabulario familiar mejor.
13. Abre tu casa como refugio a los necesitados. Haz de tu familia una auténtica ONG. Esta actitud os enriquecerá.
14. Colabora con los centros de orientación familiar diocesanos, ayuda a las víctimas del divorcio.
15. Controla los medios de comunicación que entran en tu casa y apoya solamente a aquellos comprometidos con la familia como Dios manda. Limita en lo posible el uso de internet.
16. Haz por tí mismo todo lo que puedas sin pedir la ayuda de la administración. Si tu vecino tiene la música demasiado alta no llames a la policía, habla con él.
17. Vincula a tu familia a la Parroquia. Participa en sus actividades pastorales todo lo posible. Reza en familia. Conságrala al Sagrado Corazón de Jesús. Participad, en familia, en romerías y tradiciones populares.
18. Estudia y difunde la historia de tu pueblo, de tu barrio, de tu calle, de tu comunidad de vecinos.
19. Desayuna, come y cena en casa. En familia.
20. Cocina en casa. Y si es con recetas familiares, mejor.
21. Compra o contrata los servicios de comercios y profesionales que defiendan la familia, que hagan descuentos a familias numerosas, etc.
22. Lleva a tus hijos a un colegio que defienda la familia como Dios manda. Implícate en la vida del colegio, asóciate con otros padres, exige tus derechos como educador, protesta y reclama siempre que sea necesario.
23. Cuidado con los créditos y las hipotecas. No te endeudes por sistema hasta perder libertad.
24. No tengas miedo a ser raro o, mejor dicho, a ser normal en un mundo raro. Inculca en tus hijos ese sentimiento liberándolos de complejos.
25. Esfuérzate por buscar alternativas al ocio.
26. Cultiva tus principios, lee y difunde libros buenos, publicaciones que los defiendan. Educa contracorriente.
27. Vigila las adicciones: la droga, el sexo, el juego.
28. Haz propaganda de todo lo bueno. Ayuda a que se conozcan las buenas iniciativas, las pequeñas victorias.
https://youtu.be/N2638OT7Q7I
Lo primero que hay que decir en relación con el estado y la familia es que el estado no tiene por qué atacar a la familia. No todos los estados han atacado siempre a la familia. Es más, el origen del Estado tiene mucho que ver con la defensa, la protección y el cuidado de la familia. La teoría roussoniana del buen salvaje es una elucubración absolutamente teórica e irreal. Sin embargo no lo es tanto pensar que antes de la constitución de los estados, antes de ese famoso “contrato social” imaginario, no había individuos aislados sino familias. Fueron las familias las que construyeron las primeras aldeas y ciudades. El trabajo de los arqueólogos consiste en buscar viviendas; habitaciones familiares. Incluso en los enterramientos, allí donde aparecen con más protagonismo los restos individuales son frecuentes los enterramientos colectivos.
En el origen de todas las civilizaciones las familias eran siempre más fuertes que el Estado. Su patrimonio pasaba de padres a hijos con una regularidad que nunca tuvieron las administraciones públicas nacientes. La fuerza de los primeros reyes no residía en un cuerpo de funcionarios sino en su propia familia. Fuerza que se vió incrementada con la institución de la monarquía hereditaria. Las gentes elegían a una familia para que gobernase a todas las demás. Un rey no era nadie sin familia real, sin clan. Una tribu, un linaje, garantizaban mucho mejor el cumplimiento estable de una serie de funciones al servicio de todo un pueblo, que un único individuo. La misma Biblia nos presenta al pueblo israelita repartido en doce tribus, doce linajes, doce familias de familias. Los levitas garantizaban el servicio en el Templo. De la tribu de Judá, del linaje de David, esperaban los judíos al Mesías.
Hoy, el Estado se ha convertido en una especie de familia artificial que protege a los nuevos tiranos de guante blanco y que se va regenerando por adopción. Esto es en realidad lo que se viene llamando “la casta”. Los administradores del Estado abandonan a su familia -o la incorporan directamente a la sombra del poder- esforzándose por dar continuidad al artificio. Y así es como el Estado ha pasado de ser un instrumento controlado por las familias a una gran macrofamilia sintética que trata de controlar a las familias de verdad.
El poder del Estado moderno tolera mal la existencia de esa realidad estable, tranquila, que como un mar de fondo sostiene todo el sistema y amortigua todas las crisis del mismo. El Estado moderno quisiera la desaparación de la familia. Y si no lo quiere realmente la verdad es que lo parece. Porque todas sus acciones van encaminadas al mismo fin: la disolución de los vínculos familiares, el debilitamiento del patrimonio, de la herencia, del linaje. El estado procura que los hombres y especialmente las mujeres no vivan allí donde trabajan, nada mejor para debilitar física y mentalmente a un posible resistente que obligarle a un viaje largo al inicio y al final de la jornada. Si todos viviéramos en nuestro mismo lugar de trabajo, o cerca del mismo, seríamos mucho más difíciles de dominar. El estado procura además que los niños y los jóvenes estén el mayor número posible de horas fuera del hogar: colegios, guarderías, ludotecas, extraescolares, centros juveniles. Lo mismo cabe decir de los ancianos: centros de día, residencias, pisos tutelados...
Todas estas instituciones son presentadas como herramientas para apoyar a la familia, como ayudas a la economía familiar, pero en realidad lo que principalmente consiguen es debilitar los vínculos familiares, desarraigar a las personas de su entorno.
Las leyes divorcistas en primer lugar y todas las que han ido desvirtuando el matrimonio natural, -leyes cuya derogación es vista por la mayoría de los católicos como una causa perdida-, no son sólo una consecuencia de los problemas que tienen las familias actuales sino que son el origen de que se haya devaluado el mismo concepto de matrimonio. Una legislación que prohibe de hecho el matrimonio para toda la vida, que establece clausulas más duras para rescindir un contrato de alquiler, o para liberarse del contrato de permanencia del teléfono, que para romper una promesa sagrada es un ataque directo a la familia. Un ataque previo y de consecuencias devastadoras para el conjunto de la sociedad. Y sin embargo, con cada boda se abre un nuevo frente de lucha. Y el estado anti-familia lo sabe. Si cada nuevo matrimonio tuviera claro que al fundar una familia nace un nuevo protagonista político y social...
El problema de fondo que sufren las familias, en tanto que familias, no es tan solo la actual ideología de género que parece que lo contamina todo; ni siquiera el aborto, ni el materialismo, ni el alcohol o la droga, ni la pornografía o la inmoralidad en general. El problema no es sociológico sino político. Y como todo lo político, con raíces prepolíticas teológicas (como enseñaba Donoso). Existe una fuerza, coherente en su maldad, que elabora su discurso y promueve unas políticas determinadas de forma consciente y planificada. Esa fuerza, o esas fuerzas, buscan la destrucción o, cuando menos, el debilitamiento de la familia.
Muchos católicos y grupos que podríamos llamar “familiaristas” han intentando ofrecer consejos para la autodefensa del núcleo familiar desde un punto de vista espiritual, religioso, prescindiendo del factor político. Como si la política fuera una energía natural, como los terremotos, o los tsunamis, inevitable e imprevisible. Aconsejan, por ejemplo, dar prioridad a la familia antes que al trabajo, educar en el ser antes que en el tener, promover la espiritualidad para luchar contra el materialismo, estar abiertos a la vida, asumir los padres la educación de los hijos con responsabilidad. Estoy absolutamente a favor de todos y cada uno de estos consejos porque es cierto que constituyen una base que hará posible la resistencia más tenaz. Pero es imprescindible completar la lista con algunas orientaciones de carácter político. Es que si no, si llevamos a su extremo ese familiarismo cerrado que reniega de la política podríamos llegar a la conclusión de que quienes más hacen por la familia no somos nosotros ahora sino precisamente quienes no han venido a este foro ni participan nunca en foros similares.
Dicen que la mejor defensa es un buen ataque. No se trata -al menos por el momento- de convertir cada familia en una partida guerrillera rebelde pero sí de entender que la familia, cada una de nuestras familias, es un agente político.
Ser un agente quiere decir que uno no se limita a la queja, la manifestación o la recogida de firmas. Sería imposible agotar en este artículo una lista de consejos prácticos que respondan al “cómo defender a la familia de los ataques del estado moderno”. Ahí van algunas sugerencias que necesariamente han de ser mejoradas y ampliadas:
1. Conoce la historia de tu familia, de tu apellido, inculca en tus hijos amor y admiración por los antepasados. Visita los cementerios, guarda y cuida el álbum de fotos familiar.
2. Arráigate, (como la Sagrada Familia en Nazaret) haz que en la medida de lo posible la residencia de tu familia no sea un lugar de paso. Empadrónate.
3. Asóciate con otras familias, familias numerosas, asociaciones de padres de alumnos, asociaciones de vecinos, grupos o movimientos religiosos...
4. Conoce y ama a la familia de tu cónyuge. Interesate por la familia de tus amigos y tus compañeros de trabajo. Acostumbra a tus hijos a que vean, detrás de cada uno de tus amigos y conocidos a una familia.
5. Agranda tu familia, mantén el contacto con primos, parientes de toda clase. Y procura que ese contacto no se limite a las fiestas familiares sino que integre actividades profesionales, económicas, de acción social, de ayuda mutua.
6. Da prioridad a las celebraciones y reuniones familiares.
7. Resiste económicamente hasta el límite, evita las subvenciones (evita principalmente el control y la pérdida de libertad que casi siempre va asociada al concepto de subvención), calcula siempre las opciones legítimas que sean más beneficiosas para el patrimonio familiar.
8. Si es posible establece una empresa familiar, e implica en su desarrollo a todos los miembros de la familia.
9. Si trabajas por cuenta ajena procura que tus jefes, tu empresa, conozcan a tu familia. Que no te vean ni te puedan tratar como a un individuo aislado.
10. Olvídate del voto personal y secreto. Especialmente en las elecciones municipales, procura que los votos familiares vayan siempre unidos en pro de la propuesta que sea más favorable a los intereses familiares.
11. Procura inculcar en tu familia la conciencia de vecindad. Participa activamente en la comunidad de vecinos, en las actividades vecinales y en las elecciones municipales a través de candidaturas independientes.
12. Mantén y promueve los propios códigos internos de la familia. Las costumbres, los ritos, las “manías”. Cuanto más abundante sea el vocabulario familiar mejor.
13. Abre tu casa como refugio a los necesitados. Haz de tu familia una auténtica ONG. Esta actitud os enriquecerá.
14. Colabora con los centros de orientación familiar diocesanos, ayuda a las víctimas del divorcio.
15. Controla los medios de comunicación que entran en tu casa y apoya solamente a aquellos comprometidos con la familia como Dios manda. Limita en lo posible el uso de internet.
16. Haz por tí mismo todo lo que puedas sin pedir la ayuda de la administración. Si tu vecino tiene la música demasiado alta no llames a la policía, habla con él.
17. Vincula a tu familia a la Parroquia. Participa en sus actividades pastorales todo lo posible. Reza en familia. Conságrala al Sagrado Corazón de Jesús. Participad, en familia, en romerías y tradiciones populares.
18. Estudia y difunde la historia de tu pueblo, de tu barrio, de tu calle, de tu comunidad de vecinos.
19. Desayuna, come y cena en casa. En familia.
20. Cocina en casa. Y si es con recetas familiares, mejor.
21. Compra o contrata los servicios de comercios y profesionales que defiendan la familia, que hagan descuentos a familias numerosas, etc.
22. Lleva a tus hijos a un colegio que defienda la familia como Dios manda. Implícate en la vida del colegio, asóciate con otros padres, exige tus derechos como educador, protesta y reclama siempre que sea necesario.
23. Cuidado con los créditos y las hipotecas. No te endeudes por sistema hasta perder libertad.
24. No tengas miedo a ser raro o, mejor dicho, a ser normal en un mundo raro. Inculca en tus hijos ese sentimiento liberándolos de complejos.
25. Esfuérzate por buscar alternativas al ocio.
26. Cultiva tus principios, lee y difunde libros buenos, publicaciones que los defiendan. Educa contracorriente.
27. Vigila las adicciones: la droga, el sexo, el juego.
28. Haz propaganda de todo lo bueno. Ayuda a que se conozcan las buenas iniciativas, las pequeñas victorias.
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