Manifestarse es confesar, es proclamar. Requiere valor, compromiso, decisión. No es cuestión de tener tiempo sino razones. Dicen los prácticos a veces -cuando no les duele nada- que manifestarse no sirve para nada. Es cierto; porque es un arte, no admite prisa, no se puede vivir de ello. Pero es como el respirar, la filosofía y el querer. Sirve y no sirve. Parece que no sirve, pero suele producir frutos insospechados. Y por cierto que para practicar este deporte no hace falta demasiada parafernalia.
Para sujetar una pancarta se bastan dos personas. Dos sólamente para hablar en plural y sostener caiga quien caiga, allí donde haga falta, una idea, una frase, un mensaje. No es preciso nada más para montar una buena manifestación. Piénsalo bien antes de hacerla, ponte de acuerdo con un amigo. Cuando salgáis a la calle con vuestra pancarta proclamando que “Nosotros pensamos esto y lo otro” haréis mucho bien si es verdad lo que decís. Y no te preocupe nada más. El detalle del número es ciertamente muy relativo. Lo más importante es el contenido y la dignidad de los que se manifiesten. Un periodista puede -sin necesidad de mentir- hacer una crónica emocionante de una concentración de seis personas o transmitir una imagen negativa de dos mil. Tenlo en cuenta. Tampoco manifestarse es la panacea, pero haz la prueba: te quedarás a gusto, harás pensar, ordenarás tus propias ideas, aprenderás a defenderlas, darás testimonio... y hasta puede que empieces a comprender a los mártires.
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