Hispanidad, viernes, 13 de agosto de 2004
Sr. director:
"Nada... Si ha llegado, bien llegada sea". Esto es lo que se le ocurre decir a Ana Botella sobre la misteriosa aparición de la píldora abortiva en los hospitales. Como si esas píldoras para destruir vidas tuviesen la facultad contradictoria de crearse a sí mismas en el éter. Como si no estuvieran entre nosotros por culpa de los votos de su Partido Popular.
Si Ana Botella fuera una defensora coherente de la "solución final" abortista podríamos llegar a comprender su actitud. Lo extraño del caso es que con esa justificación del aborto de baja intensidad, la Botella pretende ser en el teatro político una cara amable y centrada. Pues mire Vd. -que diría su consorte- para eso casi prefiero a aquella otra buena mujer llamada Cristina Almeida. Ella propugna con una lógica muy lógica que toda persona subordinada o inútil ponga su vida en manos del ente superior. Por eso hace depender el derecho a la vida prenatal de los derechos de su madre. Por eso subordina el dolor de un ciudadano moribundo al fastidio de una sociedad egoísta. Por eso será que nunca le hemos oído decir una palabra contra los crímenes del comunismo. La línea que traza la Almeida entre la vida y la muerte es inhumana, pero tiene al menos una razón. En cambio la línea que traza Ana Botella depende solamente del tamaño del cadáver y eso me asusta aún más porque no sé cuánto he de pesar o medir el día de mañana. Incluso si yo fuera Cristina Almeida estaría asustado.
F. Javier Garisoain
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